por Sergio Quintanar García
Hay en la producción poética del literato yucateco Antonio Mediz Bolio (1884-1957) una pieza poco conocida pero de gran valor histórico: “La profecía”. En el poema, que data de 1911, Mediz Bolio esboza una singular visión del porvenir de América Latina, y lo hace recurriendo a una metáfora fascinante. Un abatido Nachi Cocom —líder de la resistencia maya durante la conquista de Yucatán— se entrega al llanto tras advertir la decadencia de la raza indígena, que, antes gloriosa y soberbia, se halla ahora víctima de la esclavitud. El Cid Campeador —protagonista del célebre cantar de gesta español— llega de inmediato a su encuentro; también lo aflige el debilitamiento de su progenie, la raza hispánica, pero infunde ánimo en el cacique indígena, y ambos se estrechan en un “abrazo de paz”. Este simbólico gesto marca el inicio de la realización de la profecía que da título al poema: el advenimiento de la raza mestiza y la unión de las naciones latinoamericanas, que habrían de vencer a los ambiciosos “sajones” (“¡Osos del Norte, hambrientos de la latina miel!”) y fundar el imperio de “la paz y el amor”, con epicentro en las “tierras índicas” de América.
“La profecía” me parece sobresaliente porque representa un diálogo con el nacionalismo latinoamericano de inicios del siglo XX, y específicamente con el ensayo fundador de esta corriente de pensamiento: Ariel (1900), de José Enrique Rodó (1871-1917). Es casi seguro que Mediz Bolio conocía las ideas de Rodó, pues ya circulaban en el seno de la Liga de Acción Social (la asociación de intelectuales en que el poema fue recitado). Por un lado, siguiendo al uruguayo, el yucateco exaltó el espíritu latinoamericano y opuso su resurgimiento a la expansión sin freno de los Estados Unidos. Si el imperialismo estadounidense significaba una amenaza para el continente, lo era especialmente para Yucatán, que a inicios del siglo XX padecía los excesos de la abrumadora presencia de intereses estadounidenses en la industria henequenera.
Por otro lado, nuestro autor aportó a la retórica de Ariel un elemento novedoso, que tiene que ver con el fundamento racial de la identidad latinoamericana. Rodó no aclaró de qué iba esa “herencia de raza” que América Latina debía mantener; Mediz Bolio, en cambio, precisó y agregó: esa herencia es doble, a la vez indígena e hispánica. Lo que resulta más interesante es que renunció al pasado azteca con que se identificaban las élites nacionalistas del centro de México y prefirió un símbolo regional —Nachi Cocom— para evocar la herencia indígena continental. Al mismo tiempo, presentó a Yucatán, “la tierra famosa ‘del pavo y el venado’”, como la cuna de su utopía mestiza. Hay aquí una elaboración idealizada de la distintiva composición biétnica, indígena y criolla, de la sociedad yucateca de la época, pero también la afirmación de una larga tradición de patriotismo regional que desde la primera mitad del siglo XIX se apoyaba sobre la exaltación de lo maya.
Así, “La profecía” es un interesante entretejido de dos imaginarios de identidad: uno regional y uno latinoamericano. No sólo confirma el fuerte impacto que tuvo Rodó sobre los pensadores de América Latina en las primeras décadas del siglo XX; también nos invita a repensar los referentes intelectuales de Mediz Bolio, y aun el papel que actores locales como él desempeñaron en la construcción de las identidades nacionales. Tomemos en cuenta que, al fusionar los principios y el tono de Ariel con la exaltación del mestizaje, el yucateco se adelantó por más de una década al ideal de la raza cósmica de José Vasconcelos.