Apuntes para los interesados
por Adán Rodríguez Ávila
Hace algunas décadas historiográficas que la Iglesia ya no viste los ropajes de villana, ni se asocia con relatos panegíricos de autores religiosos. Algo similar sucede con el porfiriato. No obstante, tema y época están lejos de equiparar en cantidad y diversificación de estudios a los viejos favoritos de la historiografía mexicana. De ahí, la pertinencia de señalar aspectos relevantes y la intención de redirigir las investigaciones clásicas sobre la jerarquía eclesiástica hacia nuevos textos que recuperen las expresiones del laicado. Este período comprende las secuelas del triunfo liberal de 1867: Leyes de Reforma y política de Conciliación. Las primeras no se aplicaron con rigidez y la segunda casi no contempló a los católicos. El resultado fue que la Iglesia pudo practicar su culto sin mayores problemas, pero manifestó su disconformidad por la falta de participación política en la administración.
Los católicos incursionaron en la prensa como medio para mantener su presencia política, en vista de la consolidación del liberalismo como partido de gobierno. Pensemos, a bote pronto, que todos los periódicos eran liberales hasta que demostraran lo contrario. Las publicaciones católicas, antiliberales, encontraron un ambiente hostil y poco dispuesto al debate, que los desacreditó como conservadores y traidores a la nación. A pesar de esto, algunos títulos lograron mantenerse por un número considerable de años. La tríade confesional por excelencia la componen La Voz de México, El Tiempo y El País. Cada uno representó una faceta distinta del pensamiento católico; sólo el primero se declaró conservador, mientras que los otros se separaron de esta denominación, por más que los liberales la usaran como herramienta de desprestigio. Incursionar en este campo evidencia la pluralidad del pensamiento religioso: El País nació por diferencias ideológicas dentro de El Tiempo y fue relativamente común que las publicaciones católicas discreparan en ciertos temas.
Sobre este tipo de publicaciones, destaca un aspecto particular: la prensa católica fue el miembro por antonomasia de la oposición. Sin subvenciones del gobierno, su pervivencia a lo largo del porfiriato da cuenta de la importancia que tuvo como vehículo para las ideas contrarias a la administración. Destacados críticos del régimen escribieron ahí. Para nosotros, los curiosos sobre el tema, consultarlos se plantea como una necesidad para comprender el ambiente político porfiriano, en cuanto que la Historia supone la confrontación de versiones. Sin embargo, también es cierto que las publicaciones periódicas ya dan cuenta de una historia propia, independiente de las perspectivas que aporten sobre el gobierno liberal. Éstas sugieren el proceso de formación de una cultura política católica, diferente del conservadurismo y las ideas monárquicas. Una alternativa con diversos rostros: semanarios y periódicos, fugaces y duraderos, capitalinos y de provincia.
La prensa es diversa por naturaleza. Sobran temas por analizar, como los casos de El Nacional y El Reino Guadalupano, publicaciones, aparentemente, cercanas a la herejía. Internarse en la prensa católica nos permite diversificar las opciones para estudiar al catolicismo; caracterizar a sus representantes nos revela rasgos poco perceptibles de la oposición. Derriba las tendenciosas simplificaciones impuestas por sus rivales políticos. Quizá esto posibilite la comprensión de nuestro presente, marcado por la polarización política y la reducción de las caras de la oposición al tradicional anatema de conservadurismo.