por Gustavo Nicolás Contreras
La divulgación histórica en los últimos años se ha presentado en el mundo académico como toda una novedad, como una actividad propia de los nuevos tiempos: nuevas tecnologías, nuevos hábitos del consumo cultural así como nuevas demandas de la sociedad en gran medida enmarcan este nuevo espacio, que sin lugar a dudas seguirá creciendo y desarrollándose. Pero, ¿qué tan nueva es la divulgación de la historia? ¿Qué tan nueva es la demanda de historia por parte de la sociedad?
Ciertamente, desde tiempos remotos la historia cumplió una función social, y por lo tanto hubo personas que destinaron su tiempo y sus habilidades para divulgar historias. Los homéricos de la antigua Grecia y los juglares medievales podrían ser buenos ejemplos al respecto. En sociedades donde muy pocas personas practicaban la lecto-escritura, la historia se transmitía mediante la poesía, canciones, obras de teatro, lecturas públicas, narraciones, pinturas, entre otros recursos. Se recurría a estructuras narrativas atractivas, como por ejemplo las rimas, que favorecieran la memorización o la fijación de los relatos. Se pretendía provocar el interés del público de ocasión y lograr eficacia en la comunicación del contenido. Así, generalmente se optaba por puestas en escena, se apelaba a variados recursos estéticos y también, muchas veces, se proponía una ética mediante cierta pedagogía destinada al eventual auditorio.
Fue recién durante la Edad Contemporánea cuando se profesionalizó la historia y se afianzó como disciplina académica, jerarquizándose en las universidades. En este tránsito ganó centralidad el texto escrito, dominado a su vez por un lenguaje especializado y por la presencia de un aparato erudito como sustento principal de la argumentación. La buena historia sería sofisticada, para entendidos y entrenados, para personas “cultas”. Este proceso histórico generó un doble efecto. Por un lado, metodológicamente se mejoró la calidad de la historia, pero por otro lado, la historia académica, al utilizar dispositivos comunicacionales poco accesibles a públicos amplios y estéticas poco atractivas, se fue alejando de las mayorías. Las producciones de las universidades y de los organismos de ciencias, de este modo, comenzaron a diferenciarse de la historia que circulaba entre la ciudadanía en general, la que mantuvo el atractivo pero no siempre la calidad.
Desde los inicios del siglo XXI, en pleno auge de las teorías de la posverdad en la generación de noticias y relatos, y tal vez como una deseable reacción a ello, el mundo académico está transitando un cambio. Una creciente demanda de un sector significativo de la sociedad por conocimientos fiables y comprensibles, el fácil acceso a nuevas tecnologías, las posibilidades que habilita internet y una naciente validación institucional de la divulgación histórica han favorecido y estimulado la participación de investigadores e investigadoras en la divulgación amplia de sus saberes. Dado el gran potencial que tiene la actividad, podemos acordar sin muchos rodeos que el proceso es todavía incipiente. ¿Cómo proyectar lo que se viene?
Para avanzar hacia nuevas experiencias, formatos y resultados de divulgación histórica, los académicos enfáticamente, de alguna manera, deben “volver a las fuentes”, aquellas en las que las preocupaciones por la estética y el estilo claro de la narración estimulaban múltiples formatos y recursos para convocar, entusiasmar y calar de manera efectiva (y afectiva) en públicos amplios, no necesariamente especializados.
Al mismo tiempo, la divulgación de la historia debe “volver a las fuentes” en su sentido heurístico más literal: justamente, debe estar sustentada en suficientes y pertinentes fuentes de información, las que deben ser analizadas con las herramientas adecuadas y con un buen manejo, al menos, de las teorías e interpretaciones disciplinares en boga. Partiendo de estas dos coordenadas básicas e imprescindibles, la divulgación histórica seguramente transitará nuevos recorridos que la llevarán a resultados nunca antes vistos ni previstos. Pero, para seguir avanzando desde bases sólidas, primero lo primero: “volver a las fuentes”.
¡genial!
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