por María de los Ángeles Moreno Macías
Es muy frecuente que pensemos que enseñar es brindar certezas. No importa la materia que enseñemos ni el nivel educativo en el que trabajemos, tendemos a pensar que para enseñar adecuadamente hay que tener seguridad sobre uno mismo y no dudar. Si lo pensamos desde cierta perspectiva, podría ser cierto que es muy deseable que el docente sea una figura que produzca inspiración y sea una figura cuya seguridad incite el aprendizaje.
No obstante, si lo que se presenta es una seguridad absoluta, sin fallas, sin posibilidades de que se filtre una duda, entonces los aprendices podrían desconfiar de tanta certeza o podrían sentir sus propias dudas como fallas que no deberían tener y, por tanto, vivirlas como un fracaso personal, cuando no lo es.
Lo interesante de este punto es que, si al enseñar se tienen algunas dudas −las suficientes como para dejar ver que nadie sabe todo− se puede ser un buen modelo de lo que es una persona que piensa. En este caso, ya no se sería el modelo de la escuela tradicional que tanto se ha criticado, sino el de una persona que va construyendo sus propios criterios a partir de un conocimiento sobre el cual ha reflexionado.
Es importante distinguir entre la duda como factor que propicia inseguridad y la duda como motor para el aprendizaje. El primer tipo de dudas, las que impactan afectivamente la personalidad porque producen baja estima, son las dudas que no debieran tener lugar en los procesos de enseñanza y aprendizaje. En cambio, las que sí debiéramos propiciar son las dudas de tipo cognitivo; es decir, aquellas que nos hacen dudar de una parte del conocimiento que ya poseemos.
Jean Piaget, uno de los teóricos más importantes del siglo XX que explica cómo construimos nuestro conocimiento, lo planteaba como un conflicto cognitivo. La forma en que se produce un conflicto cognitivo en un aprendiz es cuando éste trata de resolver una tarea para la cual una parte de su conocimiento es insuficiente o carece de él; dicho en términos coloquiales, el conocimiento que tiene el aprendiz “no le alcanza” para resolver satisfactoriamente la tarea a la cual se enfrenta. Un buen diseño de actividad que genere conflicto cognitivo propicia dudas en el aprendiz, pero no respecto a sí mismo sino respecto a la suficiencia de su conocimiento y esto suele ser un detonador motivacional muy potente porque, como consecuencia, el aprendiz quiere conocer aquello que le hizo falta.
La interrogación sobre las certezas es importante en todo proceso de conocimiento. Para los filósofos la duda es primordial para el desarrollo de los temas de su especialidad; para los psicólogos cognitivos, la duda es lo que lleva a solucionar un problema. Para los historiadores, como para cualquier investigador, la duda es lo que inicia el camino para la generación de conocimiento.
Uno de los juicios que mayor presencia tiene entre los estudiantes de historia −de primaria a bachillerato− es que ésta se remite a hechos del pasado que les son irrelevantes porque no tienen que ver con su actualidad. En casos como éste, lejos de pretender convencerlos de lo contrario, habría que diseñar ejercicios que generen conflicto cognitivo para que ellos mismos, incluso sin que el docente lo explicite, se den cuenta de sus propias dudas, no sólo respecto al tema histórico que estén aprendiendo, también respecto a su juicio sobre la inutilidad de la historia.
El tema trabajado en este breve escrito es parte de las reflexiones que me surgieron por los comentarios que hice a la mesa “Enseñanza y divulgación de la Historia I” del I Coloquio de egresados de la Licenciatura en Historia. Lenguajes para transmitir el conocimiento histórico realizado en octubre de 2018.