Encuentro y asombro con la historia

por María de los Ángeles Moreno Macías

El presente texto contiene una reflexión que proviene de los comentarios que hice a la mesa “Enseñanza y divulgación de la Historia I” del I Coloquio de egresados de la Licenciatura en Historia. Lenguajes para transmitir el conocimiento histórico, realizado en octubre de 2018.

En los procesos de aprendizaje son tan importantes las dudas como las certezas y, por ello, es sumamente valioso que aparezcan dudas sobre las formas de enseñar porque éstas conducen a la búsqueda de explicaciones, la creación de nuevos materiales y al diseño de otras estrategias docentes con el fin de enseñar historia de una manera que los estudiantes la aprendan y la comprendan. 

Dudar no es exclusivo de los docentes más jóvenes o de aquellos que, sin ser tan jóvenes, tienen poca experiencia enseñando. Lo deseable es que la duda aparezca ocasionalmente porque ayuda a los profesores a revitalizar su trabajo de enseñanza. De alguna manera, cuando la duda se manifiesta es porque está diciendo “algo no es suficiente” y, es cierto, nunca es suficiente algo cuando se trata de enseñar a otros y transmitirles conocimiento; en los procesos hay fallas que presentan retos una y otra vez.

Se puede tener un mejor dominio de los contenidos, se puede ser más hábil en el diseño de actividades o de materiales, se puede sentir un poco más de seguridad sobre sí mismo, pero siempre… siempre… siempre, aquellos a quienes se les va a enseñar son una incógnita y eso, en parte, es lo que produce dudas. Los mejores intentos por adivinar cómo son los aprendices y anticiparse a ellos son sólo aproximaciones; por eso, es importante ir a su encuentro −en la conversación como una forma de pensar juntos− y no perder la capacidad de asombro porque, esos otros, suelen ser mundos sorprendentes, con frecuencia maravillosos mundos sorprendentes cuando se les permite aparecer realmente.

El encuentro entre enseñantes y aprendices no puede anticiparse por la calidad de los planes de estudio, por la habilidad de quien enseña, por un buen diseño del material o por un conjunto de actividades atractivas. Todo esto tampoco puede anticipar el encuentro de los aprendices con la historia, pero, sin duda, un buen encuentro entre enseñantes y aprendices augura un buen encuentro entre los aprendices y la historia.

En todo esto, el papel más importante lo tienen los otros… esos desconocidos que son los aprendices cuando no se ha conversado con ellos. A tanto de imaginarlos como generalidad, se pierden en la abstracción y sólo se queda una idea aproximada de ellos. En la conversación casual y en la conversación como una vía para la enseñanza y el aprendizaje, se les puede conocer un poco más y se puede diseñar mejores estrategias para ellos, estrategias que propicien su interés y su asombro.

Es frecuente que los docentes piensen que aquello que los emocionó de la historia, emocionará igual al aprendiz y en realidad no es así. Los asombros son como el dolor de muelas, sólo lo puede sentir quien sufre el dolor de muelas, nadie lo puede sentir por el otro. Así el asombro, la curiosidad y la motivación, nadie la puede sentir por otro. Por eso es tan importante indagar sobre los intereses de los aprendices, sobre sus preocupaciones, sobre su entorno, sobre sus sueños, por ejemplo; por esta vía, será posible acercarse más a la oportunidad de que la historia les asombre.

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