por Verónica Zárate Toscano
En el seminario de “Música y Estética” del mes de abril discutíamos sobre la ópera Aída de Giuseppe Verdi y las implicaciones que tuvo como recreación del exotismo oriental. La obra fue estrenada en la Casa de la Ópera en el Cairo el 24 de diciembre de 1871. En la concepción escénica estuvo implicado el egiptólogo francés Augusto Mariette, quien buscó una recreación histórica lo más fiel posible en el argumento, el vestuario y la escenografía. El libreto fue de Antonio Ghislanzoni y Camille du Locle, y del propio Verdi quien logró así una creación musical que fue muy bien aceptada por el público ya que, tras su estreno, alcanzó un alto número de representaciones. Y las versiones que se han hecho de entonces a la fecha han ido de la grandiosidad a la tecnología.

Se podría comentar mucho, por ejemplo, sobre la presencia de camellos vivos, como los que caminaron por el escenario del Palacio de los Deportes, en la Ciudad de México, cuando la interpretó Violeta Dávalos en 1993. Y la mayor osadía ha sido presentar a la mismísima Aída como una marioneta en la Opera Bastille, en Paris, en febrero de 2021, a la que daba voz Sondra Radvanvovsky. También son famosas las representaciones teniendo como telón de fondo las pirámides de Giza. En todo hay una constante: la gran cantidad de participantes-coro-extras-bailarines que llenan el escenario, se mueven al son de las notas, ejecutan clásicos y osados pasos de ballet.

Pues bien, el 3 de abril de 2021, me pareció haber visto renacer toda esa grandiosidad escénica que ha acompañado la representación de esta obra con el paso del tiempo. En un espectáculo “solemne y propagandístico”, como lo llamó ese día el periódico El País, se realizó el traslado de los cuerpos de 18 reyes y 4 reinas desde el antiguo Museo Egipcio de Antigüedades hacia su nueva sede. En el 2009 pudimos constatar que tanta riqueza cultural no estaba expuesta de una manera lucidora, sino más bien apelmazada, encimada, atiborrada. Pero ahora se ha inaugurado el Museo Nacional de la Civilización Egipcia, al sur del Cairo, y hacia allá fueron conducidos los sarcófagos-carros blindados, debidamente identificados con el nombre de la faraónica figura que transportaban, con todas las condiciones atmosféricas para permitir la conservación de los cuerpos. La gran marcha fue bautizada como el Desfile Dorado.
Y sí, era inevitable pensar en Verdi y en Aída al ver tal despliegue y grandiosidad. A este renacer faraónico ha contribuido, además, el descubrimiento de toda una ciudad “perdida en el desierto” o, más bien, cubierta de capas y capas de arena. Se conoce como la ciudad del “ascenso de Atón” con su “palacio del deslumbramiento de Atón”, cercana a Tebas, construida durante la XVIII dinastía. Y no dudemos que el renacido interés por el antiguo Egipto incremente el deseo de ir a conocer tales maravillas.