por Binisa Cruz
Velas es el nombre de las principales fiestas comunitarias de ciertos municipios zapotecos del Istmo de Tehuantepec, como Juchitán, Tehuantepec, Ixtaltepec y Unión Hidalgo. Son celebraciones nocturnas que se concentran anualmente, en su mayoría, en el mes de mayo. Tienen un gran poder de convocatoria, suelen contar con miles de asistentes. Se realizan en salones de fiestas o en amplios lugares públicos que se acondicionan solo con sillas, sin mesas, para disponer del mayor espacio de baile. Debido a que son festividades de gala, se asiste con una indumentaria zapoteca formal. Las mujeres visten con enagua de holán, huipil, tacones; se adornan con joyería de oro y con peinados de trenzas y flores. Los hombres asisten con pantalón negro (de vestir), guayabera y zapatos. Como en cualquier otro festejo, se sirve comida, se bebe alcohol (especialmente cerveza), y se baila. Sin embargo, hay un componente étnico presente, pues se comen alimentos propios de la cultura zapoteca. Igualmente, se interpretan en vivo canciones regionales (sones istmeños) o música tropical, como cumbias y salsas.

Estudios antropológicos e históricos, que hacen referencia a estas festividades, calculan que su manifestación data del siglo XIX. Uno de los primeros trabajos fue del historiador oaxaqueño Manuel Martínez Gracida, quien en la segunda mitad del siglo XIX se dedicó a estudiar a los indígenas del Istmo. En un artículo llamado “Las velas tehuantepecanas”, consideró que las distintas Velas correspondían a las diferentes estaciones del año y a dioses prehispánicos. Otra de las primeras investigaciones fue la que realizó el antropólogo Miguel Covarrubias en su obra El sur de México, quien las documentó desde los años cuarenta.
Las Velas tuvieron sus inicios en la herencia colonial de la tradición católica, con el fin de honrar a santos; sin embargo, también se les ha atribuido la influencia de creencias politeístas prehispánicas, que se distinguieron por el culto a fenómenos naturales, animales o frutos. La investigadora Francie Chassen-López sostuvo que los frailes orientaron el sistema ceremonial de fiestas indígenas, destinadas a diversas deidades, para que sirvieran a la evangelización. De esta manera, a los barrios zapotecos se les designó un santo patrono, al cual se le organizaba una celebración. Todo esto explicaría la existencia de Velas como la Guelabe’ñe (lagarto) y la Biadxi (ciruela). También hay Velas en honor a ciertos oficios, como la Vela Cantarito (alfarería) y la Vela de los Pescadores (pesca). Pero, sin duda, las principales son las que se realizan a santos, como la Vela de San Vicente y la Vela de San Isidro Labrador.

El origen del nombre “Velas” cuenta con diferentes versiones. Por un lado, se ha manejado su relación con las veladoras, o cirios, que se destinan a los santos homenajeados; por otro, se ha mencionado el vínculo con el acto de pasar la noche en vela, con motivo de los festejos. Otra versión alude a las lonas que se utilizan para recubrir el lugar donde se realizan, las cuales podrían parecer las velas de un barco.
Lo que las diferencia de otras fiestas es su carácter comunitario. Están organizadas por una sociedad compuesta por miembros llamados socios y mayordomos, quienes son los encargados de cubrir los gastos y llevar a cabo las gestiones necesarias. La sociedad suele estar integrada por amigos, familiares o vecinos del barrio. A cada socio se le asigna un determinado sitio con asientos para que sus invitados convivan. A dicho sitio se le denomina puesto. De los invitados se espera que den una cooperación económica en efectivo (a la que coloquialmente le llaman “limosna”) y en especie (un cartón de cerveza). La primera le corresponde a las mujeres y la segunda a los hombres.

Resta decir que las Velas son importantes por tres razones: primero, producen una mayor cohesión social; segundo, contribuyen al funcionamiento de la economía; y tercero, reafirman la cultura. Propician que se reproduzca el valor de la organización comunitaria, a partir de la cual se tejen y refuerzan vínculos de amistad y parentesco, permitiendo dinámicas de intercambio y reciprocidad. Igualmente, activan la economía con el aumento de la demanda y oferta de servicios relacionados con los preparativos (comida, adornos, etc.). Por último, son espacios donde se reafirma la identidad zapoteca por medio de la reproducción de costumbres y tradiciones, lo que estimula la supervivencia cultural.