Buenos Aires, Prometeo, 2020
por Florencia Gutiérrez
La reciente publicación de Comunidades, historia local e historia de pueblos. Huellas de su formación, editado por Mirta Lobato, es una invitación a pensar cómo el espacio, el trabajo y la protesta se entrelazan y promueven sentidos de pertenencia. En el cruce de estas preocupaciones, un pueblo forjado al calor de la chimenea de un ingenio, o un barrio obrero nacido en las inmediaciones de un frigorífico, una fábrica de cemento o una refinería se convierten en los protagonistas de una indagación centrada en la formación de comunidades.
A lo largo del libro, de la mano de Laura Caruso y Ludmila Scheinkman nos internamos por los barrios portuarios de La Boca y Barracas (ciudad de Buenos Aires, Argentina); Daniel Dicósimo nos lleva a la villa obrera cementera de Villa Cacique en el sudeste de la provincia de Buenos Aires (Argentina); unidas por el azúcar –Agustina Prieto y Florencia Gutiérrez– se desplazan por el Barrio Refinería en Rosario (provincia Santa Fe, Argentina) y los pueblos azucareros de la provincia Tucumán (Argentina); Julia Soul nos invita circular por la comunidad del acero en San Nicolás de los Arroyos (provincia de Buenos Aires); y, cruzando el río de la Plata, Rodolfo Porrini se detiene en el montevideano y cárnico barrio El Cerro (Uruguay).
Las comunidades son aprehendidas como una construcción de sentidos de pertenencia, identidad que se genera en un espacio delimitado y donde la diversidad de “trabajos” –como señala Mirta Lobato– asume un carácter elástico que permite recuperar las formas de cooperación y asociación, los usos del tiempo libre, las protestas, los conflictos laborales, tanto como las tensiones devenidas de cuestiones étnicas, de género o etarias. En sus palabras, “no hay una forma de construir comunidades y muchas veces coexisten unas con otras”. Siguiendo esta reflexión, podríamos decir que tampoco hay una sola forma de imaginar o representar una comunidad. Más bien, las imágenes (visuales pero también los discursos) promovidas por actores diversos (vecinos, funcionarios, artistas, periodistas, entre otros) nos invitan a reponer los múltiples intereses y pujas de sentidos que inciden en la construcción de comunidades.
¿Pero qué sucede cuando estas fábricas –hacedoras de articulaciones y experiencias en común– cierran sus puertas? ¿Cómo la desindustrialización resignifica esas comunidades, promueve procesos de evocación y tensiona las memorias colectivas? Para responder estas preguntas Mirta Lobato y Alba González hacen foco en las experiencias vinculadas al cierre de los frigoríficos en Berisso (provincia en Buenos Aires) y Liebig (provincia de Entre Ríos). Sus textos nos invitan a pensar en los sentidos de pertenencia, cuya fuerza vital pervive más allá de la clausura de los espacios laborales que dieron vida a esas comunidades. Así, el colapso y la crisis productiva devenida de la clausura de una fábrica invitan a pensar en las experiencias de recordación comunitarias, en las prácticas y los sentidos que asume la evocación cuando el trabajo ya no es acción, sino recuerdo.
En síntesis, el libro promueve la vuelta a lo local (ya sea un barrio o un pueblo) desde una propuesta que –distante de toda conceptualización de comunidad uniforme o afincada en la armonía– interpela la configuración de identidades colectivas subrayando su condición histórica, diversa y tensionada. Su lectura nos alienta a repensar el carácter polisémico del concepto de comunidad para avanzar en sus usos y posibilidades metodológicas (tanto como sus desafíos) para la historia social y del mundo del trabajo.