Rosendo Pineda, en los entresijos del poder porfirista

por Alicia Salmerón

Rosendo Pineda, personaje considerado por el historiador Daniel Cosío Villegas como “uno de los mejores animales políticos que se han dado en México”, fue un joven abogado de Oaxaca –juchiteco–, llegado a la ciudad de México en 1880, como diputado federal recién electo por su estado natal. Su pericia política fue pronto identificada por Manuel Romero Rubio, viejo zorro experimentado en las lides del poder, colocado al frente de la Secretaría de Gobernación por Porfirio Díaz en 1884. Romero Rubio incorporó a Pineda a su equipo y lo nombró su secretario particular. Una década al lado del titular de un ministerio estratégico, responsable de la política interior del país, introdujo a Pineda en las redes del poder público nacional. Tras la muerte de Romero Rubio, en 1895, el juchiteco fue marginado de los cargos asociados directamente al poder ejecutivo federal, pero conservó su lugar en la Cámara de Diputados y se mantuvo como una de las figuras más sagaces y astutas del poder legislativo de la Unión. Desde ahí continuó moviéndose con destreza en los entresijos del poder.

En su quehacer político, Rosendo Pineda supo aprovechar con habilidad las redes derivadas del aparato de gobierno, aquellas que revelan la fuerza que se puede obtener de la organización del Estado como fuente de poder en sí misma. Desde su posición en la estructura formal del gobierno general, cultivó numerosas relaciones impersonales que desaparecieron al dejar el cargo de secretario particular de Romero Rubio, pero supo convertir algunas de ellas en amistades políticas cercanas y tejer nuevas desde su lugar en la Cámara de Diputados, así como en el ejercicio privado de la abogacía. Esas redes, sumadas a las procedentes de su infancia y juventud en Oaxaca, perduraron y pasaron a formar parte de una fuerza política propia. Así, aunque mantuvo siempre una posición relativamente discreta dentro del aparato de gobierno, en el día a día se destacó como el operador político más hábil del partido que sería conocido como los “científicos”, con el que se identificaron también personajes como José Yves Limantour, Justo Sierra, Francisco Bulnes, Joaquín Casasús y los hermanos Pablo y Miguel Macedo.

Las relaciones personales que le dieron a Pineda un notable poder de intervención política tuvieron un origen diverso. Además de los vínculos derivados de los cargos públicos, de la cercanía con Romero Rubio y de la comunidad ideológica con “los científicos”, las redes de Pineda incluyeron lazos de parentesco y de paisanaje, dependencia y amistad, afinidades generacionales y de educación, y finalmente, de intereses económicos. Destacan, por ejemplo, los lazos del personaje conservados de su infancia en Juchitán, una comunidad de tradición indígena. Nacido en 1855, hijo de una india zapoteca emparentada con el jefe político del lugar y apadrinado por un hombre prominente de la región –Alejandro De Gyves–, Pineda dejó su pueblo a los 12 años para no regresar. Sin embargo, nunca perdió los vínculos estrechos con su gente. Con el apoyo de la familia y los paisanos, ingresó al Instituto de Ciencias y Artes, en la capital de Oaxaca, la escuela a la que concurrían los hijos de las élites de Oaxaca y Chiapas. Ahí forjó fuertes lazos de amistad y asociación política con condiscípulos como Emilio y Rafael Pimentel, Ramón y Emilio Rabasa, Rafael Reyes Spíndola y Fausto Moguel, quienes destacarían años más tarde en la vida pública regional y nacional. A ellos sumaría más adelante los vínculos establecidos en el ejercicio privado de su profesión, ya en la ciudad de México, como diligente abogado de empresarios nacionales y extranjeros. De este conjunto de lazos resultó una red personal muy compleja y rica por sus posibilidades de acción.

Sobre la base de esta impresionante red construida a lo largo de muchos años, Rosendo Pineda ejerció una influencia significativa en el Congreso. Pero su capacidad de maniobra e intervención política a lo largo de las últimas décadas del siglo XIX mexicano fue mucho más lejos: logró incidir de manera directa en la política de Oaxaca y Chiapas, y de manera más indirecta en estados del centro y norte del país; construyó candidaturas y movilizó votaciones a su favor –tuvo participación destacada en las campañas por las reelecciones presidenciales del propio Porfirio Díaz, así como en las de elección de Ramón Corral como vicepresidente–; se erigió en el artífice oculto de beligerantes campañas de prensa, y fue el principal operador político tras la organización de las convenciones del Partido Liberal de 1892 y 1903. Con la caída del régimen en 1911, abandonó el país, pero incluso desde el exilio no dejó de tramar y maquinar, siempre con la esperanza del regreso. Pudo volver al país tras el golpe que derrocó al presidente Francisco I. Madero, en 1913; murió, políticamente aislado, al año siguiente.

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