En el mes de noviembre de 1919, el gobierno de Venustiano Carranza (1917-1920) y un séquito de escritores recibió el cuerpo inerte del poeta Amado Nervo. El poeta murió en el mes de abril, cumpliendo labores diplomáticas en Uruguay. Desde el primer día de su muerte hasta su largo y tardado recorrido por el Atlántico, la prensa nacional e internacional siguió de cerca la travesía de sus restos. En medio de distintos homenajes en varios puertos de la América Latina, Nervo retornó a su país de origen como nunca antes un escritor mexicano: muerto y acompañado de multitudes que lo aclamaron como el “poeta del pueblo”. Y es que, este paladín de las letras latinoamericanas despertó el apasionamiento de hombres y mujeres pertenecientes a las clases medias, populares y altas del país. De esto dio cuenta la prensa mexicana, que cubrió su llegada al puerto de Veracruz y después a la ciudad de México. Algunos diarios de Veracruz estimaban que el día del desembarco del cuerpo llegaron a acompañarle pescadores, mujeres del pueblo, afanadores, escritores y secretarios de gobierno. El momento más emotivo, sin duda fue cuando los asistentes en las calles, recitaron su bella poesía, “En paz”.
En la ciudad de México el 19 de noviembre, día en que la comitiva fúnebre llegó a la capital, tres mil personas formaron un cortejo que abarcó cuadras; y tal como lo advirtió Carlos Monsiváis, la muerte de ningún otro personaje en la historia de México sería capaz de reunir una multitud como aquella durante varios años. Quizá el número fuese lo de menos. Hacía algunas décadas, del otro lado del Atlántico, el gran Víctor Hugo había recibido funerales apoteósicos con una participación de al menos dos millones de personas. Y el máximo escritor modernista, contemporáneo de Nervo –por supuesto nos referimos a Rubén Darío–, terminaría sus días intoxicado de alcohol y sin homenajes.
Para ese 19 de noviembre, pues, la ciudad de México esperaba al escritor nayarita y la prensa, previo a la llegada del cadáver, dio a conocer una serie de noticias alrededor de los funerales. Uno de los anuncios más sui generis que publicó el periódico El Universal, semanas antes del funeral, fue la rifa de boletos para que los lectores acudieran al estreno de la apasionante película, La Amada Inmóvil –título de uno de sus poemas- Dicho anuncio culminaba la nota recordándole al público lector que debía acudir a la pantalla grande acompañado de su pareja “para amar como amaba el poeta Amado Nervo”.
Se sumaba a este asunto otra noticia del Excélsior que resaltaba la propuesta de una comisión de diputados para que el congreso de la república promoviera el cambio de nombre al Estado de Nayarit (lugar del nacimiento del poeta) por el de Amado Nervo, a partir del mes diciembre. El anuncio no quedaba ahí, pues la prensa presentó por dos días el acalorado debate entre dos diputados que objetaron dicha medida por considerarla poco pertinente, alegando que Nervo era solo un poeta laureado por el gobierno de Carranza. La memoria del poeta podía también despertar pugnas políticas.
La discusión quedó resuelta cuando la observación del diputado quedó invalidada a coro de sus colegas, que entre bullas y gritos le hicieron pedir una disculpa por la falta de reconocimiento al sublime Nervo. Después de todo, el despliegue de la prensa, los gobiernos estatales, latinoamericanos y la administración de Carranza organizarían los funerales más fastuosos del siglo XX, recuerdo que perduraría después de cien años. Desde 1919, por disposición oficial, cada 12 de noviembre recordaría la muerte del poeta en todo el territorio nacional. En tal sentido, si bien Nayarit conservó su nombre, la sola consideración de adoptar una nueva denominación expuso la importancia del poeta.
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