por Nina Hasegawa
Quien haya leído La vida en México de Madame Calderón de la Barca, sentirá sin duda interés por el diario de Kyôsai Kawanabe (1831-1889). El pintor japonés, lo mismo que la escocesa, elabora una visión íntima de la vida acotada por un periodo de transición. Él lo hace con el pincel, ella con la pluma. Esa es una diferencia. El diario de Kyôsai posee una cualidad particular: cuenta la vida del autor a través de ilustraciones. Otra particularidad suya es que, contrariamente al relato de la viajera, no busca ilustrar. Lo suyo es simplemente un recuento para sí de su acontecer diario.
De los momentos que el artista consideró oportuno fijar queda solo una parte: 1650 ilustraciones, instantes de su vida que vemos gracias a sus trazos. Estas hojas se conservan gracias al esfuerzo de recuperación de su bisnieta, la fundadora del Museo Memorial Kawanabe Kyôsai. Esos fragmentos de la vida cotidiana del artista nos posibilitan un acercamiento extraordinario al Japón que le tocó vivir, el que habitó, en el que trabajó, en que conoció gente y al que vio transformarse también.

El año antepasado, Japón festejó el 150 Aniversario de su modernización. Lo hizo recordando, entre otros, los nombres de Kyôsai y de su discípulo inglés, Josiah Conder (1852-1920), padre fundador de la arquitectura occidental en Japón.
Cabe aclarar que para los japoneses la Restauración Meiji (1868-1912) significó mucho más que la simple adopción del modelo occidental en su vida nacional. Fue ante todo una aventura que llevó el país a cancelar 265 años de vida feudal y a revisar su pasado inmediato. A Kyôsai le tocó vivir este parteaguas. En 1868, tenía 37 años. Era un adulto formado.
Conder vivió toda su vida en Japón donde arribó a los 24. Conoció a Kyôsai a los 29, lo acompañó en el lecho de su muerte cuando tenía 37 y dejó este mundo a los 68. Llegó al país con la consigna de construir edificios occidentales para el gobierno. Este año se conmemoran los 100 años de su muerte.
Los dibujos del diario de Kyôsai, caracterizados por contener varias escenas, a través de las cuales se cuenta una pequeña historia, nos permiten conocer más de ambos personajes, de lo que los unía y, al mismo tiempo, descubrir la sociedad y la cultura de ese Japón en transición.
La lámina que acompaña nuestro texto registra lo sucedido el sábado 7 de febrero de 1885. Como cada semana Kyôsai acude a casa de Conder a dar su clase. Es un día frío. El discípulo inglés (en rojo) permanece parado frente a una chimenea prendida, en el acto de contemplar una pintura que sostiene el ayudante de Kyôsai (en verde). Anda muy abrigado. Como siempre, no suelta su pipa. Frente a él, en el suelo, hay varios cacharros con tintes. Al fondo está el maestro (en amarillo) deteniendo un papel. A su lado, una señora (en rosa) sirviendo sake y cosas para picar. Sabemos por las anotaciones que son las 8 de la noche.
El arquitecto está por mudarse, así lo dejan ver varias personas que aparecen afanadas empacando cosas. Los muebles de su casa son occidentales. En muchas imágenes del diario, se le ve acomodado en una silla mientras sus visitas charlan vestidas en kimono sentadas en el suelo como se acostumbra en Japón. En la parte inferior derecha de la imagen se aprecia la cara de un dragón, una rueda y dos personas. El dragón (en rosa) representa al conductor del palanquín que ha transportado a Kyôsai y a su ayudante. El maestro siempre usa el mismo conductor. Lo reproduce con cara de dragón porque su nombre tiene algo que ver con los dragones. Aparece en muchos fragmentos del diario.
Así, gracias a una ilustración del diario de Kyôsai vemos la irrupción de la cultura occidental en el mundo tradicional japonés y la convivencia de los actores de ambas. Los vemos mezclarse, enseñarse, adaptarse unos a otros. Podemos seguir al maestro en un día de su vida y descubrir el Japón en el que habitó.