por Nina Hasegawa
No sabemos cómo fue que los responsables de occidentalizar el país en tiempo récord contrataron para ello a Josiah Conder, un arquitecto prácticamente recién graduado de la universidad. Este enigma lo aclara Terunobu Fujimori en un trabajo publicado en el catálogo de la exposición Josiah Conder de 1997.
Aquí el resumen: Conder llega a Yokohama en enero de 1877 con un espléndido contrato que lo emplea para un lapso de 6 años (1876-1882). Se le pide construir edificios gubernamentales, por un lado, y formar profesionales, por el otro. Gracias a una prorroga de 2 años, continúa sus labores hasta finales de 1884. Al acabar su contrato considera volver a Londres, pero después de un retorno relámpago opta por fijar su residencia en Tokio. Abre un despacho y a partir de ahí se gana la vida construyendo residencias y casas de campo para nobles y burgueses. Sus ingresos le permiten seguir dedicando tiempo y dinero a sus pasatiempos relacionados todos con las artes. Funda una familia. Se puede decir que fue feliz.

Ahora bien, si Japón le dio todo eso a él ¿qué le dio él a Japón? Fujimori explica lo siguiente: Conder pudo convertirse en el padre fundador de la arquitectura occidental en Japón gracias a una circunstancia fortuita. Antes de él, habían llegado al país dos arquitectos, uno inglés y otro francés, con la misma consigna. Sin embargo, ninguno de ellos era buen docente por lo que el ganador del premio Soane de 1876 llegó a remplazarlos. La Escuela Imperial de Ingeniería abrió sus puertas en 1873 y él empezó a enseñar cuatro años después. La primera generación de arquitectos japoneses se graduó en 1879. Conder jamás escatimó esfuerzos para formar a sus integrantes. Todo lo que él había aprendido en la universidad o en el reconocido despacho de William Burges en seis años se lo transmitió. En el corazón de su enseñanza estaba la idea de que lo útil no tiene por qué rivalizar con lo bello y que la tradición no tiene por qué sucumbir ante la modernización.
Cuando acaba su contrato en 1884, Kingo Tatsuno toma su lugar. Es una transición sin altibajos porque Tatsuno ha incorporado las enseñanzas de su maestro. Tanto más que durante su estancia de estudios en Londres, los mentores de su mentor lo han recibido con los brazos abiertos.
La prueba más palpable de que hubo una continuidad entre los planteamientos estéticos del fundador y sus discípulos es la hoy Estación de Tokio (producto de la línea de ferrocarril Shinbashi-Yokohama trazada en 1872) inaugurada el año de 1914. Sus hermosos ladrillos rojos son distintivos de la arquitectura promovida por Burges. La llaman Victorian Gothic y rivaliza con el estilo Clásico el cual relega este tipo de material a la construcción exclusiva de fábricas. Antes de llegar Conder a Japón, era impensable construir un edificio de la importancia de la Estación Central con ladrillos. Sin embargo, por influencia suya, eso pasó a ser normal.
La lámina que acompaña nuestro texto registra a un arquitecto entregado a su oficio. En esta escena vemos cómo en un día nevado de enero muy frío Conder y Kyôsai se topan en el camino. Ese sábado tenían clase, pero algo urgente le ha surgido al arquitecto (señalado arriba en rojo). Lo sabemos porque dos hombres jalan su palanquín. La clase se suspende. Vemos abajo (en rosa) a los tres jinriki-sha descansando. El dragón no podía faltar. No es tan difícil reconocerlo, ¿verdad?
Como vemos, los modestos fragmentos del diario de Kyôsai son importantes. Transmiten el latido de la época. Su mérito está en que dan detalles de la vida durante la Restauración Meiji que ningún otro libro de historia convencional puede dar.