por Gabriela Paula Lupiañez
Estas líneas se proponen recuperar la cuestión de los bicentenarios previamente referida en este mismo blog con el propósito de llamar la atención sobre la dimensión espacial. Y es que la transformación del espacio en el tiempo es una cuestión no siempre evidente o suficientemente puesta de relieve. Siguiendo el modelo de la reconquista peninsular, la colonización del espacio americano por parte de la monarquía hispana se ordenó a partir de la creación de ciudades o “pueblos”. Así durante tres siglos, los pueblos (en plural) fueron centros naturales de convivencia política claves en la conformación de la monarquía hispana. Éstos eran comunidades organizadas en su interior de manera jerárquica: reconocían relaciones entre “estados sociales” (cuerpos) diferentes con derechos propios y diferenciados para cada cuerpo. Como se puede apreciar su ordenamiento era muy diferente de lo que hoy entendemos por igualdad individual ante la ley.
Al momento de la crisis monárquica, los pueblos se convirtieron en los grandes protagonistas. Durante 1808, en la península organizaron espontáneamente los primeros gobiernos que asumieron la tutela de la soberanía real mientras el monarca estuviera preso. A partir de 1810, en el joven virreinato del Río de la Plata se sucedieron gobiernos provisionales en Buenos Aires, capital virreinal. Éstos desconocieron a las autoridades peninsulares y gobernaron en nombre de Fernando VII. El principio en que se basó la conformación de estos gobiernos provisionales rioplatenses sostenía que la soberanía había “retrovertido” en los pueblos. Así, para ejercer el gobierno, debieron pedir consentimiento de los pueblos. Simultáneamente, enviaron ejércitos a distintos puntos de la geografía rioplatense pero no lograron evitar la fragmentación del antiguo territorio virreinal. Así lo demuestran la temprana separación de Paraguay, el rechazo montevideano a las autoridad de la junta erigida en Buenos Aires y la lucha en los pueblos del Alto Perú contra las tropas que respondían al virrey de Lima (Perú).
Para mediados de 1815, un restaurado Fernando VII rechazó cualquier iniciativa americana que no fuera la lealtad ciega. Con una experiencia de cinco años de tomas de decisiones sin autoridad superior, en el Río dela Plata la vuelta a la situación anterior a 1808 -cuando el rey había sido tomado preso por Napoleón Bonaparte- no era una opción. Sin embargo, la decisión de asumir la independencia formal fue compleja y requirió una vez más, del concurso de los pueblos. Fueron éstos los que enviaron sus representantes al congreso que declaró la independencia de un difuso territorio denominado en el acta de independencia como “Provincias Unidas en América del Sur” y no Argentina, Bolivia, Paraguay o Uruguay (puesto que no existían). Algunos de los pueblos que participaron como Charcas (Sucre), Potosí, Cochabamba y Tupiza hoy forman parte del estado boliviano. Otros pueblos como Santa Fe, Corrientes y Entre Ríos no participaron del congreso que declaró la independencia. En aquellos años integraban la Liga de los Pueblos Libres encabezada por José Gervasio Artigas, líder de la Banda Oriental (hoy Uruguay) y acérrimo enemigo de Buenos Aires. Sin embargo, alrededor de estos pueblos se conformaron provincias que integran hoy la Argentina.
Efectivamente, fueron los pueblos y no los estados actuales que en Argentina denominamos provincias los protagonistas de la revolución y de la guerra, enfrentamiento éste de alcance continental antes que nacional. Y es que contrariamente a lo que sostuvo el relato que veía en las independencias la concreción inmediata de un estado nacional, éste no existía al momento de las independencias.