por Carlos Manuel Valdés
Hace años el templo parroquial de Monclova debió ser restaurado porque aparecieron fisuras en la bóveda central. El proceso tomó su tiempo. Al terminar el trabajo se continuó con aspectos secundarios: reparación de mobiliario, pintura de paredes. El albañil que raspaba el viejo muro sintió, en un punto, que sonaba hueco: la barra se hundió. Empotrado en la pared estaba el archivo parroquial que se creía inexistente.
La ciudad minera de Monclova tuvo una primera fundación en 1577, que fracasó. Se refundó en 1676 y desde ese año fue capital de la Provincia de la Nueva Extremadura: en su inicio hubo una misión franciscana y un pueblo de indios, luego la parroquia. Debido a la lejanía con la sede del obispo (mil kilómetros) se le nombró Vicaría Foránea, lo que explica que existan documentos de al menos 23 otras parroquias (incluyendo unas de Nuevo León y Texas), así como datos de ranchos y haciendas. Los censos y padrones son del mayor interés debido a las naciones indias, los africanos, los europeos y sus mezclas. Hay datos que aclaran temas disímiles: aspectos climáticos (lluvias, sequías, heladas, granizadas); enfermedades (desde epidemias hasta simples calenturas); ataques de indios; problemas de los sacerdotes; extranjeros que vivían en la región; organización económica de cofradías; litigios con gobernantes liberales en el siglo XIX.
Un patronato civil lo resguardó y encargó a Mayela Sakanassi, mexicana que había tenido una experiencia en otro archivo, hiciera un recuento. Ella elaboró una guía que ha sido útil para el resguardo del acervo. Se obstaculizó durante años la consulta a pesar de fuertes presiones de genealogistas e historiadores. Yo mismo intenté consultarlo y se me negó el acceso. Llevé una carta del señor obispo y el párroco dijo que aquél mandaba en la diócesis, pero él en su parroquia. Al ser designado párroco el joven presbítero Eduardo Neri presenté un proyecto de digitalización y catalogación que apoyó de inmediato.
Lo propuse a la Escuela de Historia de la Universidad Autónoma de Coahuila bajo los rubros: investigación, promoción y servicio social. Inicié la primera visita en 2014 con dos alumnos que harían su servicio social (cada uno debe entregar 480 horas). La Escuela se sitúa en Saltillo, 200 kilómetros al sur, y fue difícil enfrentar el problema económico. Traslados y alimentos no son muy gravosos, pero pagar dos habitaciones de hotel por día era inabordable. Logramos el apoyo de un empresario de Saltillo, descuentos en un hotel y ayudas de personas de Monclova y Nadadores. Usé el apoyo que recibo del Sistema Nacional de Investigadores, que para eso lo da.
Conseguimos cámaras fotográficas y los alumnos, con la práctica, llegaron a tomar ochocientas fotografías por jornada mientras yo elaboraba fichas en una mesa minúscula. Tenemos sesenta y cinco mil imágenes de buena calidad (incluyendo marcas de agua); faltan bastantes cajas. La documentación va de 1676 a 1920, para lo encontrado en la pared, pero existen miles de manuscritos posteriores, hasta nuestros días.
¿Por qué catalogar un archivo que contaba con una guía? Respondo con un ejemplo: en la Guía aparece “Caja 1, expediente 48, correspondencia”. Una sola palabra designa lo que hay: cartas, ¡pero son 238! En nuestro Catálogo hay una ficha por cada carta con el remitente, lugar de envío, destinatario, fechas, temas y aún un breve comentario o una cita textual, si los amerita.
Con miles de fichas elaboradas dimos el paso a la difusión del acervo: la impresión de catálogos para dar a conocer cada expediente en sus minucias. Con ayuda de algunas instituciones hemos editado cuatro tomos. Otros están en espera. Hicimos tirajes de 300 ejemplares porque nos preguntábamos si alguien podría interesarse en un catálogo parroquial. Nos equivocamos: casi están agotados.
No cambiamos la organización porque ya había citas de documentos con los datos de la Guía. Adoptamos sus números de caja, expediente y tema general, pero hicimos lo antes dicho: catalogar. Cada tomo tiene índice onomástico, toponímico y étnico.