por Nidia Eli Ochoa Reyes
Hanna Arendt afirma que entre el cúmulo de acontecimientos sucedidos en el universo, los actos realizados por los seres humanos pueden concebirse como un “milagro”. Sin caer en un antropocentrismo banal, la aseveración se sustenta en el hecho de que somos los únicos autores conocidos de las obras humanas realizadas. A diferencia de los procesos causales de la naturaleza, de los cuales no podemos dar cuenta del autor, cada uno de nosotros, al nacer, comienza una cadena de acontecimientos, nueva, impredecible y distinta de las demás, que pasará a formar parte la historia humana, es decir, del conjunto de acontecimientos creados y pensados por los seres humanos.
Estos acontecimientos, dispuestos en memorias, en narraciones transmitidas entre generaciones, quedan sujetos a procesos de interpretación incluso desde el momento mismo de su aparición, pues quien narra el hecho sucedido, aun cuando se trate del autor del mismo, comprende de manera particular, situado temporal y culturalmente, lo vivido. Después de allí, las narraciones en torno a las interpretaciones se convierten en nuevas interpretaciones que finalmente conformarán el saber acerca de los hechos del pasado, de nosotros mismos y de nuestro lugar dentro de la historia humana.
Qué papel juega la historia en la configuración de cada ser humano y qué importancia tiene la manera de concebir los actos propios y ajenos para la consolidación de nuestro futuro lugar en la historia humana son problemas que forman parte de los debates sobre el sentido de la enseñanza de la historia, particularmente en los niveles educativos obligatorios. Reinhart Koselleck apunta que el término “historia” puede referirse a los hechos sucedidos, a las narraciones sobre esos mismos hechos, o bien, a la disciplina que se encarga de dar cuenta del pasado con miras a exponer lo que en efecto sucedió, y que en varios casos realiza un ejercicio de reflexión aplicado a sí misma, a la condición humana y su devenir. Si el concepto de historia conserva esta riqueza de significados, es comprensible que también sean diversas las aspiraciones de su enseñanza (aspiraciones que suelen buscarse por separado): de acuerdo con las investigaciones de Sebastián Plá y Joan Pagès, algunas propuestas optan por presentar parte de los trabajos de quienes se dedican profesionalmente al quehacer histórico con miras a conocer el pasado, mientras que otros consideran más importante incorporar las historias de las personas que conforman y rodean la comunidad escolar a fin de procurar aprendizajes con mayor sentido y ejercitar a los estudiantes en el acto de historiar. En este tenor, hay quienes ven en la enseñanza de la historia una oportunidad para generar procesos sociales identitarios mediante la construcción de memorias colectivas, y existen quienes prefieren centrarse en el desarrollo de las habilidades individuales que permitan realizar un ejercicio sofisticado de recopilación de fuentes e interpretación de los acontecimientos del pasado, un ejercicio lo más parecido posible al realizado por los historiadores profesionales. Además, se halla también el objetivo de ayudar al alumno a darse cuenta de que sus propias facultades están sumergidas en el tiempo, que así miran el mundo cambiante y que son ellos mismos sujetos históricos.
Existen, por supuesto, más propuestas, y no parece que ninguna de ellas anule necesariamente a la otra sino que, en todo caso, se complementan y contribuyen a construir interpretaciones menos estrechas y más nutridas intelectualmente. ¿Es posible y necesario incluirlas a todas entre nuestras aspiraciones educativas? La historia de la enseñanza de la historia nos pone de frente a las posibilidades y es en cada uno de nosotros, didactas, historiadores, profesores de historia, que queda la decisión, la formulación y la puesta en práctica de una respuesta.