por Constanza Atar
Entre 1946 y 1955 el Estado argentino, gobernado por Juan Domingo Perón, llevó adelante una intensa política de fomento de los deportes y las actividades físicas en general. Algunas dimensiones de esta tendencia se expresaron en el aliento a las prácticas amateurs (boxeo, fútbol, básquetbol); la promoción de competencias para niños y jóvenes (llevadas adelante por la Fundación Eva Perón); la organización de eventos y torneos (el Campeonato Mundial de Básquetbol de 1950, los Primeros Juegos Panamericanos de 1951), la construcción de infraestructura deportiva (estadios, velódromos, campos deportivos). Estas iniciativas implicaron el reposicionamiento del Estado en un área que, vinculada a la educación corporal, el peronismo pretendió refundar.

La importancia que revistió este proceso, llamado por algunos investigadores como el tiempo de una “fiesta deportiva”, se convirtió, especialmente desde la década de 1980, en un tema de especial interés para antropólogos, sociólogos e historiadores. Estos estudios centraron su preocupación en la relación entre el Estado y la sociedad y los propósitos con que fueron utilizadas las prácticas deportivas: moldear la conciencia nacional en clave peronista y movilizar el apoyo y la lealtad hacia el presidente Perón. En la última década, los estudios de las ciencias sociales centraron su preocupación en cómo la ampliación del acceso a las prácticas físicas durante el primer peronismo incidió en la construcción de la ciudadanía. Es decir, procuraron explorar las implicancias del deporte como derecho social destacando su sentido democratizante.

En este contexto de renovación historiográfica, nos preguntamos: ¿De qué manera la historia puede seguir renovando los estudios del deporte? Considero que hay algunos interrogantes que permiten complejizar la mirada y avanzar hacia problemas que aún permanecen inexplorados. En primer lugar, la perspectiva de género posibilitaría indagar en el papel de las mujeres en el universo deportivo y las representaciones que atravesaron y modelaron sus roles, las áreas en las que participaron, las restricciones a practicar ciertos deportes pero también los intersticios y las resistencias que esgrimieron para empujar los límites de esas imposiciones. Como contrapunto, también resultaría enriquecedor pensar la construcción de la masculinidad y la forma en los deportes contribuyen a fijar y socializar ciertos valores asociados a la hombría.
En segundo lugar, queda vacante la reconstrucción de las historias provinciales del deporte durante los años peronistas, en tanto el núcleo de este campo se encuentra, en gran medida, concentrado en la experiencia de grandes ciudades como Buenos Aires o La Plata. En efecto, las formas en que las distintas provincias asumieron, articularon y resignificaron el impulso de las políticas nacionales (los actores que las motorizaron, las instituciones que asumieron estos desafíos y las tensiones generadas por la puesta en marcha de estos proyectos) merece ser analizado. Vinculada a esta preocupación, también merecen estudiarse las redes interpersonales que fueron claves en la articulación de los espacios dedicados a la educación corporal (por ejemplo, en la norteña provincia de Tucumán la primera institución universitaria vinculada a la educación física se nutrió de docentes provenientes en su mayoría de las Asociaciones Cristianas de Jóvenes de Sudamérica).
En síntesis, el estudio del deporte durante el primer peronismo constituye un fértil campo de estudio que invita a seguir explorándose con nuevas preocupaciones. En este sentido, la historia social con perspectiva de género, la preocupación por los actores (los deportistas pero también los funcionarios y los destinatarios de las políticas públicas) y la escala provincial constituyen aristas que otorgan un anclaje más profundo del deporte en las dinámicas sociales y, por tanto, amerita ser recuperado.