Cartas silenciadas / letras liberadas

por Cristina Sacristán


Querida tía,
Muchas cartas le he escrito. Creo ninguna
ha llegado a su poder o conocimiento
porque no he recibido contestación alguna.

Así comenzaba una carta escrita desde la antigua Casa de Orates en Santiago de Chile en 1930. Su autor intuía lo que para nosotros es un hecho constatado: miles de cartas escritas bajo condiciones de encierro nunca llegaron a su destino. La censura no las consideró aptas para atravesar los muros del manicomio y quedaron archivadas en el expediente clínico del paciente como ésta, donde Antonio le pide a su tía que le abra una cuenta en la botica para que le surtan los medicamentos que necesita porque ya está “casi sano”, que le mande galletas, empanadas y un budín de arroz, pero sobre todo “un par de anteojos”, porque se los robaron y no puede leer ni escribir.

Este testimonio refleja fielmente lo que podía ocurrir dentro de un manicomio: falta de medicamentos, comida escasa y de mala calidad y poca confianza en el otro. Sin embargo, la palabra de quienes han recibido un diagnóstico psiquiátrico aparece en nuestro imaginario colectivo sin derecho a la escucha, incoherente, atrevida o incómoda, y por ello, motivo de rechazo, desconfianza, incredulidad. Pero algo de verdad había en esas voces que fueron acalladas; la sospecha de que pudieran perjudicar a la institución si llegaban a las familias o trascendían a la opinión pública, fue uno de los temores que enterró estas misivas. En efecto, el control de la correspondencia de los enfermos mentales en las instituciones psiquiátricas se ha podido documentar históricamente en contextos muy diversos. Ya fuera como una práctica regulada o como una norma no escrita, esta rutina se encomendó al personal de vigilancia y cuidado, aunque también fue asumida por los médicos y la administración de los establecimientos. Por ello, un texto tan íntimo como la escritura epistolar de los pacientes mentales se ha convertido hoy en una fuente para la historia y su análisis permite liberar estas cartas del silencio al que fueron sometidas.

Dirigidas en su mayoría a los parientes más cercanos o a los amigos, algunas tuvieron como destinatarios a los médicos que los atendían, los jueces que los procesaron o al presidente del país. Su contenido revela el funcionamiento de las instituciones y la vida cotidiana, lo más común fue denunciar las precarias condiciones de vida y el maltrato, pero estas cartas también cuestionaron la ciencia médica, los tratamientos recibidos y la injusticia de la detención. Con menos frecuencia, esta escritura fue propiciada por los propios médicos con fines diagnósticos para demostrar los síntomas, las resistencias al internamiento, la evolución de la enfermedad, incentivando la redacción de autobiografías, memorias, diarios, poemas, dibujos.

En la ciudad de México, el Archivo Histórico de la Secretaría de Salud conserva el fondo del Manicomio General, popularmente conocido como La Castañeda, una institución pública de alcance nacional que entre 1910 y 1968 recibió más de 60,000 pacientes. Su reglamento deja bien claro que a los internos les estaba “estrictamente prohibido” enviar cartas o escritos sin consentimiento del médico del pabellón, así como recibir correspondencia sin el visto bueno de la dirección. Esta arbitraria decisión abre una puerta de entrada a la experiencia íntima del encierro y nos permite conocer hoy lo que podían pensar, sentir y desear las personas que padecieron de sufrimiento psíquico.

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