por J. Alfredo Pureco Ornelas
Puruagua es un caserío semi oculto de la ribera sur del lago de Chapala. Su tamaño es pequeño y ahí las humildes residencias de los lugareños acaso llegarán a medio centenar. Es fácil pasar inadvertido el pequeño poblado porque al paso por la carretera el gran distractor lo ocupa la anchura de aquel pequeño mar interior y no las casas, ni tampoco sus mujeres ni sus hombres. Viajeros, comerciantes y repartidores que van y vienen en un incesante trajín sobre la carretera Jiquilpan-Guadalajara no conceden la mayor importancia a aquel pueblito. La sencillez de aquella localidad, su discreción administrativa, se refleja incluso en que ni siquiera es cabecera municipal, pues Puruagua es una localidad dependiente de Tuxcueca, un pueblo de orígenes prehispánicos, pero en la actualidad igualmente desatendido de la mirada contemporánea, salvo para quienes en él habitan. La toponimia del sitio tampoco es exclusiva de aquella tierra de tules y resolana, pues también existe, al menos, otro Puruagua en Guanajuato. Pero el de Jalisco es singular porque ahí nació hace 184 años un hombre que se volvió militar y que ganó reconocimiento para la historia del occidente de México. Hay quienes dicen que su trascendencia histórica hubiera sido aun mayor de no ser porque la vida de aquel personaje se extinguió en forma súbita cuando apenas sobrepasaba los cincuenta años.
En 1837 Puruagua no debió ser más que un diminuto lugar de pescadores que llevaban su producto a Tuxcueca o, a lo más, a Tizapán El Alto. Quizá por esa razón la familia Corona Madrigal, como pudo, decidió enviar a su hijo a otro espacio en el que pudiera ganarse la vida, si no en forma más fácil, sí al menos más gratificante. Por eso, aunque aquella tierra de la ciénaga fue la que alumbró en su primer día a Ramón, no fue ella la que lo retuvo. El hijo pródigo huyó a otros horizontes; al bullicioso corredor comercial que por entonces era la cabecera del Séptimo Cantón de Jalisco, Tepic, punto intermedio entre San Blas y Guadalajara. Corona fue de los jóvenes que maduraron en forma precoz durante la etapa convulsa que se vivió en México desde la revolución de Ayutla, y en esas faenas forjó su personalidad hasta la llegada al poder del general Porfirio Díaz. Las campañas en el Ejército de Occidente en Sinaloa, Tepic y Jalisco definieron su carácter; lo mismo su interminable lucha contra Manuel Lozada en las laberínticas serranías de El Nayar y más tarde, su rudo temperamento se refinaría como diplomático del gobierno mexicano en Madrid. La suma de esa biografía invita a la reflexión: la tarea de consolidar un Estado moderno para México debió mucho a personajes como Corona. Y por eso es bueno, de vez en cuando, recuperarlos en la conciencia histórica. ¿Qué momentos y cualidades habrán hecho trascender a aquel jalisciense como para considerarlo hoy un referente importante en la historia de México? Se me ocurren dos como los más ostensibles: el primero, su lealtad a toda prueba a la causa liberal y republicana en una época de titubeos y vacilaciones políticas. En la ocupación y sitio de Querétaro en 1867, el Ejército de Occidente, comandado por Corona, fue uno de los cuatro ante los cuales se rindió el Archiduque. El otro momento crucial en esta biografía ocurriría unos veinte años después, cuando siendo gobernador de Jalisco al general se le consideraba una de las figuras políticas nacionales más íntegras y reconocidas; con la estatura para disputarle el poder incluso al mismo Don Porfirio, cosa que no pudo verificarse pues en ese momento se interpuso su muerte.
Pienso que probablemente algún político nostálgico fue a Puruagua a recordar al general Corona porque en la orilla de la carretera federal 15, al lado de aquel pueblo, hay una discreta plancha en relieve con su imagen ecuestre. En ella aparece el militar vestido en traje decimonónico de gala. Aquella pieza se carcome bajo los raudos rayos del sol para que unos cuantos, como yo, al pasar por ahí, recordemos las campañas de aquel personaje en el occidente del país.
Estando en cualquier localidad, ciudad o pueblo de Jalisco, se da uno cuenta que está en el Centro cuando se ha llegado a una calle que lleva por nombre “Ramón Corona”; lo mismo en Guadalajara, que en Lagos, o en Guzmán, o en Ameca… Pero también, discretamente, en el Centro de la ciudad de México, en la calle que va del Anillo de Circunvalación a la calle de Jesús María, que sólo en tres o cuatro cuadras se llama como el benemérito jalisciense para luego recuperar su apelativo virreinal de “Mesones”.