por Marisa Pérez Domínguez
Como fecha “memorable” fue la llegada de Porfirio Díaz a tierras yucatecas en el mes de febrero de 1906. El viaje presidencial, o “Las Fiestas Presidenciales”, como fue bautizada la inédita visita, revestía gran importancia, pues por primera vez honraba a la entidad la visita de un presidente de la República mexicana.
El acontecimiento adquiría aún mayor relevancia porque, desde 1902, se había obtenido finalmente la «pacificación» de los mayas rebeldes, que habían permanecido en pie de lucha en el entonces territorio de Quintana Roo. Consumado este esfuerzo, el general Díaz arribaría a Mérida para inaugurar las mejoras materiales realizadas por la administración de Olegario Molina, recién reelecto como gobernador, y que representaban «el progreso de Yucatán».
La insistencia local en conseguir que don Porfirio visitara Yucatán también respondía a preocupaciones de otro orden, relacionadas con una polémica campaña que algunos periódicos de la ciudad de México habían iniciado años atrás, acusando a los hacendados henequeneros de prácticas esclavistas contra los jornaleros yucatecos. Su presencia significaba la ocasión para que los terratenientes pudieran demostrar que las denuncias eran falsas, producto de una campaña instrumentada y que, lo que se vivía en Yucatán, distaba mucho de lo que la prensa nacional aseveraba.
Acompañado por su comitiva, el 5 de febrero don Porfirio arribó a Yucatán. Dentro de las múltiples actividades destacaron las inauguraciones que habían dado motivo a las “fiestas”: las obras del Asilo Ayala, el Hospital O’Horán y los edificios de la Penitenciaría Juárez. Empero, la visita organizada a la hacienda Chunchucmil tuvo particular alcance, pues se trataba de que conociera de cerca el funcionamiento y las condiciones laborales que imperaban en su interior; visitó el hospital de la finca, la botica, la tienda y ocho casas de los peones, quedando sorprendido por el trato que recibían, así como las condiciones higiénicas en que se encontraban.
La comitiva fue agasajada con un ostentoso almuerzo, y en el momento de los brindis, el anfitrión aprovechó para manifestar que algunos medios nacionales los habían tildado de esclavistas, por lo que creía oportuno aducir que la influencia de la época, cuando menos en América, se imponía el jornalero libre y bien retribuido y no podían existir esclavos, y mucho menos en las haciendas henequeneras donde se vivía la libertad y el progreso de los tiempos.
En respuesta, Porfirio Díaz expresó que después de haber visitado las mejoras materiales de la ciudad de Mérida, lo hiciera también a una finca de campo; que había podido constatar no sólo la manera como el henequén se convertía en el preciado artículo que constituía la principal riqueza de Yucatán, sino también el estado que guardaban sus jornaleros. Que lo que había visto revelaban un pueblo contento, pues en los lugares en donde la población era oprimida, se producían huelgas, y que aquí no las había. Manifestó que hasta él habían llegado las versiones acerca de la esclavitud, y que, aunque desde hacía tiempo él abrigaba el convencimiento de la falsedad de esos rumores, ahora más que nunca estaba convencido de que se trataba de calumnias.
La presencia de Porfirio Díaz en Yucatán fue todo un acontecimiento en la vida social, económica y política. Si bien la visita tuvo como pretexto la inauguración de las construcciones sanitarias y carcelarias recién concluidas, también respondió a asuntos de orden político, particularmente al que se relacionaba con la reciente reelección de Olegario Molina, primero en repetir en ese cargo en la entidad desde que inició el régimen porfirista.
Las “Fiestas Presidenciales” en Yucatán sin lugar a duda, también tuvieron la intención de aminorar la visión que circulaba sobre la verdadera situación de los trabajadores en las haciendas, una historia muy distinta a la que los «reyes del henequén» mostraron a don Porfirio.