por Christian M. Barraza Loera
Hasta la primera mitad del siglo XIX la presencia protestante en México había sido extraoficial: ingleses, prusianos y estadounidenses habían manifestado su presencia en la nación a causa de la minería y el comercio, más no así, por asuntos religioso. Sin embargo, la libertad con la que contaban era limitada debido al artículo 3º de la Constitución de 1824, el cual señalaba a la religión católica como única y sin tolerancia de ninguna otra, llevando a que estos extranjeros realizaran sus prácticas religiosas al interior de sus hogares con la clara advertencia de no difundirlas entre los nacionales. De este modo, la Iglesia católica logró mantener su monopolio hasta la segunda década de la segunda mitad de dicho siglo.
No obstante, entre los movimientos bélicos y rencillas políticas de 1854, surgió la figura de un zacatecano que marchaba en las filas del liberalismo radical, oponiéndose por igual al partido conservador, fueros militares y cuerpo eclesiástico; Juan Amador, debió fomentar su posicionamiento político gracias a la lectura de filósofos ilustrados que evidenció en su texto: “El apocalipsis o despertar de un Sansculote”, donde mencionó a Rousseau, Voltaire y Montesquieu, entre otros, y en quienes respaldó sus críticas incisivas hacia el clero juzgándolo por mantenerse alejado de las zonas rurales donde según Amador, hacían falta “ejemplos moralizantes”, señalando también una mayor presencia de la curia romana en centros urbanos debido a las relaciones económicas y sociales, poniendo en duda la moralidad del mismo. El impacto que tuvo dicho texto le llevó a romper relaciones con la iglesia, pero no con su religiosidad.
Ante el contexto de triunfo liberal, Juan Amador aparecía en Villa de Cos, Zacatecas, -al centro- oriente del estado e inmerso en el semi desierto-, como un reformador de la Iglesia, cuestionando y replanteando el posicionamiento que ésta debía tener entre la población, generando una serie de críticas y ataques por parte del clero y otros conservadores a quienes enfrentó con otras publicaciones liberales. Igualmente afrontaría los cuestionamientos de su disidencia al catolicismo y su conversión al evangelio, un hecho inédito ya que la libertad de cultos se aprobó hasta diciembre de 1860; sin embargo, la ausencia de un clero vigilante y la presencia de políticos liberales en el poder, permitieron que Amador continuara en el camino de la conversión y la libre interpretación de las escrituras.
Así, Amador junto a otros liberales debieron acercarse al evangelio gracias a la amistad que sostuvieron con el Dr. Julio Mallet Prevost -presbiteriano y diplomático estadounidense establecido en Villa de Cos desde la guerra México- Estados Unidos-, quien entabló relaciones con otros colportores -agentes bíblicos conocido por encargarse de difundir el evangelio a través de repartir biblias-, quienes eran auspiciados por la Junta Americana para Misiones en el Extranjero o, por alguna otra congregación. Para la década de 1860, la presencia de estos se dejaba ver por la ruta que conecta a Villa de Cos, Zacatecas con Saltillo, Coahuila y que continúa hasta Monterrey, Nuevo León y llega hasta Brownsville, Texas. Dicho camino fue el primero que utilizaron los agentes para distribuir las conocidas “biblias protestantes” entre haciendas, ranchos y demás comunidades donde fundarían pequeñas escuelas para enseñar primeras letras e introducir el evangelio, sin dejar de mencionar que también se enfrentaron a persecución y actos de intolerancia religiosa.
Para 1864 se estableció en Monterrey, Nuevo León, una congregación de americanos bautistas que entablarían relaciones con la congregación de Villa de Cos, a quienes enviarían más biblias junto a sus agentes; no obstante, el Dr. Prevost había hecho mejores arreglos con la iglesia presbiteriana de Filadelfia a través de Melinda Rankin, otra misionera y maestra que encabezaba a otro grupo de agentes.
Finalmente, las relaciones que estableció Juan Amador con estos protestantes fue el punto sin retorno, pues comprobó que en las zonas rurales alejadas de las urbes existía la necesidad de presencia eclesiástica y por ende del conocimiento religioso, hueco que los agentes bíblicos comenzaron a llenar tan sólo con la enseñanza del evangelio. Aun así, fue hasta 1872 cuando misioneras de las iglesia metodista, congregacionalista, bautista y presbiteriana llegaron a México, encontrando en Zacatecas una congregación formada, aunque sin denominación religiosa; fue la iglesia presbiteriana la que estableció un primer misionero -Paul Pitkin- en Villa de Cos debido a las relaciones entabladas desde hacia más de una década. Por último, los agentes bíblicos y posteriormente los misioneros encontraron un campo fértil en el semi desierto zacatecano.