Enrique Florescano en la memoria

por Verónica Zárate Toscano

Podría contar varias anécdotas familiares compartidas con Enrique Florescano, pero esas se quedan atesoradas en el ámbito privado. Sólo diré que algunas son muy entrañables. Quiero dedicarme más bien a la memoria a la que Enrique prestó atención en varias de sus obras.

            En 1987 publicó un primer libro en donde se ocupó de reconstruir la formación de la memoria mexicana y resaltó que “toda recuperación del pasado obliga a conocer cómo se recuperó ese pasado y para qué fines se hizo esa reconstrucción”. Aunque sus trabajos no citan las obras de Pierre Nora, dedicadas a los Lieux de Mémoire, lugares de la memoria (1997, 3 vols), es evidente que tienen intereses comunes y percepciones similares. Así pues, Florescano consideró que “la formación de la conciencia histórica de los mexicanos es el resultado de la confrontación histórica de unos grupos contra otros, de las afirmaciones y negaciones que cada grupo hizo de sí y de sus oponentes, de la determinación adoptada por algunos sectores de la sociedad para imponer a otros su propia imagen del pasado, […] y en fin de una suma de olvidos, afirmaciones y deformaciones del pasado motivados por situaciones sociales conflictivas y por la confrontación de concepciones diferentes del desarrollo histórico” (Florescano, Memoria mexicana, 1987). El tema lo siguió atrayendo y, en 1999, dio a luz otro texto específico sobre la memoria indígena donde afirmó que el “pasado, antes que conocimiento especulativo acerca del desarrollo de los seres humanos, fue memoria práctica de lo vivido y heredado, aplicada a la sobrevivencia del grupo” (Florescano, Memoria indígena , 1999).

Otra de las contribuciones que Florescano hizo para la reconstrucción de la memoria nacional fue su estudio sobre la bandera mexicana (Florescano, La bandera mexicana, 1998). Consciente de que cada país tiene su bandera representativa, enfatizó que lo distintivo de la mexicana es que en su hechura “participaron tres tradiciones diferentes: la indígena, la herencia religiosa hispánica y colonial, y la tradición liberal” y en su libro intentó hacer una “interpretación de la alquimia histórica que unió a estas tradiciones divergentes y creó un símbolo nacional mestizo”. El elemento del mestizaje es sustancial para comprender la realidad mexicana –y latinoamericana–, y estará presente en los estudios que pretendan entender la identidad y la cultura de este vasto continente.

            Como escribió alguna vez Enrique Florescano, “la recuperación del pasado, o la invención de un pasado propio, se manifiestan como una compulsión irreprimible cuyo fin último es afirmar la existencia histórica del grupo, el pueblo, la patria o la nación. [Y por eso] es un proceso social, una creación colectiva y un proceso cambiante, productor de sucesivas y renovadas imágenes del pasado” (Florescano, Memoria mexicana, 1987). Habría que añadir que también tiene que ver con las relaciones del poder y la manipulación de los gobernantes e historiadores. No podemos pasar por alto que el estudio de los lieux –los lugares– se vincula mucho con el presente, con los intereses de cada región por recuperar el pasado, con las realidades de cada país, con la necesidad de fijar la memoria que cristaliza en términos materiales, funcionales y simbólicos, como monumentos, nombres de calles, música, libros.

            En esta recuperación de la memoria, Florescano fue un artífice importante y por ello ahora, en su memoria, recupero estos recuerdos asegurando que no se sumirán en el olvido.

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