por Matilde Souto
El proceso de globalización en el que hoy estamos inmersos, expresado de manera evidente por la comunicación prácticamente instantánea a nivel mundial gracias a la internet y la integración planetaria que han alcanzado los mercados, ha tenido un impacto enorme en la forma en la que hoy en día pensamos y tratamos de escribir historia. El mundo se ha globalizado y los historiadores se han hecho por lo menos tres preguntas básicas: la primera ¿qué es o qué implica la globalización?; la segunda ¿cómo y desde cuándo se produjo este proceso?, y la tercera ¿se puede concebir y escribir una historia global?. La cantidad de respuestas que han generado estas tres preguntas es enorme y crece día con día, pero vale la pena intentar abordarlas poco a poco y ofrecer una guía breve que tal vez resulte útil para los interesados en este enfoque revisionista de la historia. Abordemos primero la tercera pregunta.
La historia se consolidó como ciencia social al tiempo que se constituyeron los
estados nacionales, de modo que el saber histórico se convirtió en un instrumento para construir la identidad nacional. A partir de ello la historia por antonomasia es la historia nacional, la historia de nuestro propio país; la historia del resto de los países es la otra historia, la llamada historia universal. Una y otra historias se han estudiado por separado sin apenas ninguna relación. En el caso de la historia nacional, el país tal y como es en el presente, con su idioma oficial, sus dimensiones y el contorno de sus fronteras actuales, se proyectaba hacia el pasado como si se tratara de una esencia inmanente a través de los siglos. Por su parte, la historia universal se contaba dividiéndola en edades que eran expuestas a partir de modelos abstractos derivados de distintas partes del mundo encadenados entre sí como si se tratara de un único proceso progresivo. La historia de la antigüedad clásica se dedicaba a Grecia y Roma, la de la edad media al centro de Europa, el renacimiento a Italia y así sucesivamente, enfocando la mirada en la cultura occidental, considerada el motor de arrastre del proceso histórico y centro del resto del mundo devenido la periferia. Esta concepción de dos historias separadas contenida cada una en su propio estanco aislado, modeló un pensamiento histórico en el que la dinámica del proceso nacional se explicaba desde el interior de cada país y el universal en una sucesión lineal quebrada, concepción histórica que resultó insuficientes para dar cuenta del proceso de globalización que se hizo evidente al final del siglo XX. Los estancos separados de las historias nacional y universal impedían comprender ese proceso de globalización en el que la dinámica estaba producida por conexiones, contactos, relaciones, intercambios, interdependencias entre distintas partes del mundo. Se hicieron necesarias nuevas formas de pensar la historia como un proceso que diera cuenta del orden sistémico que se fue imponiendo en el mundo.
Hay un consenso acerca del proceso globalizador que se ha verificado en el mundo,
pero no lo hay en relación a cuándo comenzó ese proceso ni cómo debe ser estudiado históricamente. Esta última cuestión ha generado una cantidad considerable de enfoques, estrategias y métodos. Sebastian Conrad en su Historia global. Una nueva visión para el mundo actual (2016, traducido al español en 2017) ha logrado agruparlos en tres variantes: la historia global concebida como la historia de todo; la historia global entendida como la historia de las conexiones y la historia basada en el concepto de integración. Diego Olstein en Pensar la historia globalmente (2015, traducido al español en 2019) ha identificado doce ramas de esta nueva historia a partir de cuatro estrategias de pensamiento: comparar, conectar, conceptualizar y contextualizar. Lynn Hunt, Writing History in the Global Era (2014, sin traducción al español hasta donde tengo noticia) ha propuesto dos perspectivas de análisis con resultados distintos. Si la globalización se estudia desde arriba hacia abajo resulta un proceso que transforma cada parte del globo creando un sistema mundial, pero si se estudia de abajo hacia arriba se observa una seria de procesos en los que las historias de las distintas partes se conectan y se hacen interdependientes. Dos perspectivas distintas con resultados diferentes. La primera lleva la atención del historiador hacia la macrohistoria y pone el acento en la integración económica; la segunda, que mira el proceso de abajo hacia arriba, atiende a las interacciones personales y recupera los aspectos culturales.
Al final del día la forma de concebir y escribir una historia global dependerá de lo
que entendamos por globalización, es decir, de la primera pregunta básica planteada al comienzo de estas líneas: ¿qué es o qué implica la globalización?, sobre lo que me parece hay dos posturas determinantes en función del énfasis que se ponga en la economía o en la cultura, pero que también dependen de lo que podemos llamar el enfoque geométrico o la metáfora espacial con la que analicemos los procesos históricos, asuntos que abordaremos en otras entradas de este blog.