por Carlos Alcalá Ferráez
Durante la segunda mitad del siglo XIX y a partir de los hallazgos de Luis Pasteur, médicos de diversas instituciones se dirigieron a diversas partes del mundo para identificar microbios (bacterias, hongos y parásitos) causantes de enfermedades infecciosas. Yucatán se convirtió en un laboratorio para la búsqueda del causante del “vómito prieto”, como también se le conocía a la fiebre amarilla, padecimiento que se transmite por un mosquito y se caracteriza por fiebre, dolores de cabeza, nauseas, vómitos e ictericia, es decir, pigmentación amarilla en la piel y que producía la muerte en la mitad de las personas que la adquirían. Actualmente sabemos que no existe tratamiento curativo y la única medida preventiva eficaz es la vacuna. Entre 1878 y 1924, la fiebre amarilla fue una enfermedad que afectaba la región del Alto Caribe, así como algunas entidades del Pacífico mexicano. Yucatán era considerada un foco epidémico y por lo tanto, el mal fue considerado un problema de salud pública.
En 1911 se presentó un episodio de fiebre amarilla en Yucatán y el médico danés Harald Seidelin, de la Escuela de Enfermedades Tropicales de Liverpool, visitó la entidad para realizar trabajos de investigación con la finalidad de señalar que un parásito, el Paraplasma flavigenum, era el responsable de producir el mal. Del examen microscópico que se realizó a 16 muestras de personas con la afección, 15 reportaron la presencia de este microbio. Sin embargo, los postulados de estos hallazgos fueron cuestionados por médicos cubanos como Arístides Agramonte, quien mencionó inconsistencias en esos trabajos y que este agente infeccioso podía observarse en otras enfermedades como la uncinariasis y la tuberculosis.
Al mismo tiempo, la Fundación Rockefeller realizaba campañas en diversos países de América Latina y otros continentes para la erradicación de este padecimiento y la búsqueda de un microbio causante también formaba parte de la agenda. En el mes de diciembre de 1919, Hideyo Noguchi, investigador japonés de esta institución arribó a tierras yucatecas para demostrar que el agente etiológico de la fiebre amarilla era el mismo que había observado en Ecuador, la Leptospira icteroides y elaborar una vacuna. Para la realización de las investigaciones se tomaron muestras de sangre de personas fallecidas por la epidemia y se realizaron experimentos con conejillos de indias para demostrar la presencia de la bacteria. Sin embargo, a pesar de los resultados alentadores de estos estudios, la vacuna no se aplicó en la cantidad deseada debido a la escasez de ingredientes del suero, así como la falta de comunicación y entrenamiento de los equipos locales de vacunación.
En 1924, los resultados de las investigaciones que se realizaron en Colombia generaron dudas sobre los hallazgos de Noguchi, lo cual se confirmó por los trabajos de la Fundación Rockefeller en el continente africano y en el marco de la Conferencia de El Cairo, que se llevó a cabo en 1928, se reportó que un virus era la verdadera causa de esta enfermedad y en 1937, el médico Max Theiler, desarrolló la vacuna que se utiliza para la prevención de este padecimiento. Esto demuestra la idea de que la búsqueda del causante de la fiebre amarilla y de una vacuna para hacerle frente fue lenta y errática, pero esto formaba parte del desarrollo científico y la búsqueda de soluciones para disminuir las cifras de mortalidad de las enfermedades infecciosas, tal como sucede actualmente.