Un instante. La colonización en México de 1881-1882

por Octavio Spindola Zago

Una vez alcanzada la independencia, los políticos mexicanos se impusieron alcanzar el crecimiento económico del país e incorporarlo al concierto de las naciones. Para lograrlo, la colonización recurriendo a migrantes europeos fue una de las estrategias más promisorias, por las bondades que ofrecía para que surgiera en el país un estrato campesino moderno, constituido por pequeños propietarios capaces de aumentar la producción agrícola, emulando lo sucedido en los Estados Unidos.

Sin importar la tendencia ideológica, la colonización fue moneda de circulación corriente para escritores y pensadores del siglo XIX. Desde la perspectiva eugenésica (filosofía social orientada a perfeccionar a la población “científicamente” a partir de las leyes de la herencia), así como desde el higienismo (teoría que propugnaba por la aplicación de la medicina para optimizar las condiciones en que los ciudadanos habitaban) en boga, la colonización era un potencial mecanismo de intervención sobre el cuerpo social para “mejorar la raza” y paliar a los agentes patológicos que impedían el progreso material de la nación: los indios.

La empresa arrancó a partir de 1821 con la instalación de colonos estadounidenses en Texas, flujo fortalecido con la ley promulgada en 1830. El desenlace es por demás conocido. El levantamiento armado de 1836 había llamado la atención sobre lo riesgoso de confiar en programas de colonización mal organizados y sin cuidar que los colonos guardaran similitudes culturales con los mexicanos para favorecer su integración. Le sucedió la fundación de las colonias francesas en Coatzacoalcos (1831) y Jicaltepec (1833) para desarrollar la agricultura en la franja costera. Pero murieron prematuramente debido a la falta de obras hidráulicas, el mal clima, la insalubridad y las enfermedades endémicas. En 1854, por decreto presidencial de Santa Anna, se estableció la Colonia Modelo de Papantla, esta vez con italianos. El resultado, sin embargo, fue semejante y debido a las mismas causas. Incluso durante el Segundo Imperio, el general Achille Bazaine había proyectado fomentar el establecimiento de súbditos franceses en la región de Sonora para disponer de una colonia bajo control directo de París, disgregada del protectorado mexicano, pero no alcanzó el tiempo para que se concretara.

Estos sinsabores no significaron abandonar la empresa. El artífice del más ambicioso proyecto de colonización fue el tuxtepecano Carlos Pacheco, durante el bienio 1881-1882. Como Ministro de Fomento, Pacheco, “más que aumentar la población, pretendía modificar la estructura demográfica de la sociedad mexicana con la introducción de grupos extranjeros”. Para atraerlos, desplegó una fuerte propaganda en la prensa italiana,  prioritariamente del Trentino, Véneto, Lombardía y el Piamonte, promocionando las colonias agrícolas y signando contratos con agencias migratorias. Así fue como se fundaron las colonias Diez Gutiérrez en San Luis Potosí, La Aldana en el Distrito Federal, la Manuel González en Veracruz, la Porfirio Díaz en Morelos, y la Carlos Pacheco y la Fernández Leal en Puebla.

A pesar de los recursos destinados y la retórica oficial, el desenlace no fue diferente a los ensayos anteriores, durando tanto como un instante. El abandono en el que las dejó el gobierno federal y los elevados costos de los enseres y las tarifas cobrados a los colonos se sumó a que Pacheco procuró beneficiarse del peculio federal invertido en la compra de tierras, recurriendo, por ejemplo, al compadrazgo para revender los bienes rústicos. Mientras unos colonos, como el caso de la Fernández Leal, insistieron en mantener su identidad italiana, otros, como los de la Manuel González, con familias originarias de varias provincias y pocos lazos culturales compartidos, trataron de integrarse lo más pronto posible a la sociedad mexicana.

Las colonias de italianos que se establecieron durante el porfiriato forman parte de distintos ensayos de colonización emprendidos durante el siglo XIX por los gobiernos mexicanos con el fin de detonar el crecimiento económico a través de la modernización del campo, poblar el territorio y mezclar a la población. Los resultados cosechados de 1881-1882 fueron magros: unas colonias se desintegraron, otras se aislaron, no aumentaron la población de la república y tampoco se establecieron cadenas migratorias. Sin embargo, aportaron a la diversidad étnica y a la riqueza cultural que caracteriza a nuestro país, y muchas historias esperan aún ser contadas.

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