El fin del amor

por Begoña Pernas Riaño

¿Por qué se ha vuelto tan difícil para las mujeres y los hombres contemporáneos mantener relaciones sentimentales estables? Eva Illouz, socióloga israelí, se hace esta pregunta en su último libro “El fin del amor”. Como en sus anteriores obras, responde analizando la cultura de las sociedades de consumo y entrevistando a numerosos informantes que muestran parecido desconcierto ante sus propios deseos y acciones.

Su respuesta es que la extensión del capitalismo en su forma actual favorece las “relaciones negativas”, mientras mina todas las instituciones que sostenían los contratos y las pasiones entre los sexos. Para explicarlo, utiliza el contraste con la Historia: opone el mundo antiguo del cortejo con la forma actual de encontrarse y conocerse, el universo “Tinder”.

El cortejo como institución cultural daba confianza y pautas de acción a los actores: tenía un fin, el matrimonio; tenía un método y unos pasos acordados y conocidos, que disminuían el riesgo del error y la vergüenza; tenía unos límites, sobre la clase social apropiada, la edad, el grado de cercanía familiar de los que participaban. Había intermediarios que informaban, prejuicios que simplificaban las decisiones, regalos y rituales que iban abriendo el camino y todo ello en un régimen de escasez que hacía valiosa a la otra persona. Quien tenía más poder de decisión, el varón, se arriesgaba también más, lo que mantenía a salvo la honra de las mujeres sin dejarlas desarmadas. Todo sucedía en un marco desigual pero claro, una narrativa donde los fines económicos y sexuales del matrimonio estaban pautados, un marco moral denso que ponía en relación la subjetividad de las personas y la cultura de la época.

¿Qué sucede ahora? El encuentro entre hombres y mujeres se produce en mercados sexuales y/o matrimoniales desregulados, con gran abundancia de oferta y escasas reglas para la decisión. El capital sexual y el desapego emocional de los participantes es lo que les da poder en ese juego que convierte en arriesgado confiar, es decir mostrar genuino interés o necesidad. La misma abundancia desvaloriza la oferta y la única guía para la acción es emocional o terapéutica: lo que me hace sentir bien o mal del otro. Así, para poner a salvo la auto estima y tener más opciones, resulta más fácil y menos costoso romper, no iniciar algo serio, salirse de las relaciones, que arriesgarse, comprometerse o mantenerse en una relación o en un matrimonio. El paralelismo con el mundo del trabajo, donde está desapareciendo la lealtad entre empresa y trabajadores, y la narrativa misma de las carreras profesionales, es grande, e Illouz cita a menudo la obra de Sennet sobre la cultura del nuevo capitalismo.

Como los libros anteriores de la autora, se trata de un ensayo brillante, al que le faltan quizás algunos matices. Sabemos por la literatura política del matrimonio, como las novelas de Jane Austen, lo ambiguo y humillante que podía ser el cortejo, sobre todo para las mujeres, y cómo las normas culturales fijaban las conductas, daban estabilidad a las propiedades y a las herencias, pero también  ahogaban las ansias de emancipación, tratando cruelmente a los que no cumplían las normas.

Sin duda, el yo “hiperdignificado” de nuestra época, que debe regularse y producirse a sí mismo a través de la terapia, la auto ayuda o las operaciones de estética, se enfrenta a una enorme incertidumbre vital y a viejas desigualdades: el capital sexual de las mujeres les da poder y las somete a la vez, como objetos sexuales sin capacidad de negociación, puesto que a menudo desean relaciones estables; algunos varones despechados acumulan rencor y misoginia, como los “solteros a su pesar” (incel en inglés) que pululan en las redes sociales; discursos reaccionarios que defienden la vuelta al pasado se confunden con discursos progresistas contrarios a una liberación sexual que deja a las personas más solas y más tristes. Este nuevo campo de juego, que confunde identidad, sexualidad y consumo, hace ambiguas todas las decisiones éticas de una sociedad, puesto que lo que libera, también aísla y oprime.

El ensayo de Illouz deja muchas preguntas –todas relevantes- y la sensación de una desintegración de los vínculos sociales que explica sus referencias constantes a la famosa obra de Durkheim sobre el suicidio.

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