por Jessica Canales
“Si el teatro está muerto, viva el teatro”. Con esa frase Jean Cocteau cerró su discurso del día internacional del teatro en 1962, al cual había sido invitado por el Instituto Internacional del Teatro de la UNESCO.
Hace 60 años que cada 27 de marzo celebramos a su majestad el teatro. El arte vivo, el arte de la convención alquímica que necesita a dos para trasmutar; uno sobre escena y otro como espectador, que conviven. El teatro en un tiempo compartido dentro un espacio común adolece a consecuencia de haber permanecido cerrados por varios meses a consecuencia de la pandemia. En lo que la prohibición sanitaria cesa y podemos volver en pleno a ser partícipes del mundo que amanece al sonar tercera llamada, los teatreros nos hemos dado a la tarea de cargar sus tablas en hombros para sostenerlo.

Ante la imposibilidad de realizarlo de manera presencial hemos buscado alternativas y recurrido a las plataformas digitales para subsistir y así mantenerlo activo. Pero el fenómeno de adaptación a las posibilidades tecnológicas ha provocado candentes debates y nos ha obligado a la reflexión en conjunto sobre qué es teatro, qué es el teatro ¿Una obra llevada a escena, pero transmitida a través de una cámara que el espectador mira desde una computadora, es teatro? Si la presencia del espectador compartiendo con el actor el espacio de la representación es parte esencial y ya no está, entonces lo que hacemos ¿es teatro? ¿Qué es lo que define al teatro y lo constituye? Las preguntas se multiplican y las respuestas son variadas. Flota en el gremio la idea de la posibilidad de estar frente a un “algo” nuevo, sin nombre, que se teje entre la virtualidad y el arte vivo.
El teatro tiene la facultad de lograr que los espectadores nos enfrentemos a nosotros mismos a consecuencia de ese otro que existe sólo porque nos encontramos en él. Alquimia pura. El epicentro de la toma de conciencia. Ahora bien, qué hay con lo vivo y presente. ¿Será que las posibilidades digitales trasciendan a este impedimento de la presencia hasta replantearnos la pregunta de qué es el teatro?
Hemos intentado transitar esta etapa de aislamiento a través de conjurar frente a la cámara el arte de lo efímero, pero ¿dónde queda la ceremonia de asistir a una puesta en escena? En gran medida lo que nos sostiene a los teatreros sujetos a las tablas, y por eso la reciprocidad, es la contundencia de la presencia del otro a través del cual cobramos sentido. El encuentro con el espectador, su respiración, la manifiesta entrega de ida y vuelta. El aplauso como gesto de convivencia amorosa porque la convención teatral es eso, un acto de amor donde dos o más se entregan.
Pertenezco a la generación que camino a su adultez integró a su vida los medios digitales por eso hay en mí una parte análoga que reclama la presencia del espectador y otra que es capaz de conciliar con la propuesta de la representación virtual. Pero todavía no entiendo cómo es que lo vivo de la escena pueda conjurarse a distancia y con desfases de tiempo. Y digo todavía porque supongo que en su momento los amantes epistolares ni siquiera imaginaron que un enamoramiento telefónico era posible.
Lo que la forzada y esforzada digitalización del teatro ha traído consigo es su exponencialidad y ello tiene tanto ventajas como consecuencias positivas, por ejemplo, algún joven o cualquier persona que en otras circunstancias nunca se habría acercado y menos aún entrado a un teatro ahora a consecuencia de ello lo ha conocido. Porque el teatro, la representación teatral es principalmente una manifestación que tiene lugar en las ciudades, y que no tiene, o habría que decir: no tenía, para nada los alcances de la música o la literatura que entran a los hogares, se escuchan o se leen en el autobús o en el café.
Impulsado por ese “algo” nuevo el teatro tiene ahora la posibilidad de trasladarse a las comunidades más lejanas. ¿Inscrito en qué innovadora posibilidad teatral? No lo sé todavía y, supongo que no lo sabe la comunidad teatral, pero estamos en la búsqueda. Estoy segura de que la teatralidad ha apenas iniciado sus esfuerzos de transmutación a través de las nuevas posibilidades de transmisión que obligará a su redefinición. La imposibilidad de la coincidencia, del aquí y del ahora, entre quien sube a escena y quien lo presencia, lo que en ella ocurre tomará su sitio y quizá impondrá nuevas características al arte teatral. Pero eso es una historia que los teatreros estamos escribiendo al tiempo que mantenemos viva a su majestad.