De perdones y olvidos. Justo Sierra y la ópera en las fiestas del Centenario

por Valentina Tovar Mota

Para la celebración del Centenario de la Independencia mexicana en 1910 se llevó a cabo la selección de una ópera. Este episodio alimentó algunos debates sobre el lugar que ocupaba España de cara a los festejos de la nación independiente. Uno de ellos se enfocó en la supuesta reconciliación que la nación había de tener con su pasado hispano. De manera que Justo Sierra, uno de los principales ideólogos del régimen porfirista, buscaría fijar parte de este pensamiento en la ópera anunciada. Dicha pieza musical debía reunir los ingredientes centrales de todo drama lírico de corte histórico: un guion ad hoc para el aniversario y una partitura que causara deleite entre quienes tuvieran oportunidad de escucharla. Para lograr esto, Sierra en un primer momento encomendó la tarea de la creación de la ópera al compositor Julián Carrillo. Pero jugó con otra posibilidad puesto que también tenía en la mira un libreto escrito por Ignacio Mariscal; obra que el letrado porfirista conocía con anterioridad. 

Casi para terminar el año de 1909, Julián Carrillo concluiría la obra Matilde o México en 1810 que había prometido a SierraSemanas después de estar lista su ópera se enteraba de manera informal que no sería ejecutada. A decir del propio compositor, su ópera quedó en el cajón del olvido por una decisión gubernamental que pretextaba problemas técnicos para la contratación de una compañía internacional de ópera. No obstante, en el propio Carrillo y sus allegados prevaleció la sospecha de que faltó consenso ideológico de Sierra y la Junta Nacional del Centenario sobre la temática abordada en la obra.  Cabe la pregunta si es que los motivos de su retiro obedecieron al no cumplimiento del mensaje ideológico que se quiso fijar en la ópera, o dicho así, ¿Qué valores mostró Matilde que llevaron a Sierra a decantarse por el tema de Mariscal?

A juzgar por la prensa de la época, la trama de Matilde o México en 1810 “no brindaba un mensaje ni reconciliatorio ni sublime a los mexicanos”. El drama lírico exponía al público un duelo amoroso entre Matilde, quien aparecía como hija de un oficial realista, y León, un simpatizante criollo de la causa insurgente (el mismo tratamiento que daría Verdi a su ópera Aída). Pero si ponemos atención en la trama de la ópera de Carillo, (que la prensa pasó por alto) también existía una lectura sobre el reencuentro mediado por la separación dolorosa de los personajes: la ruptura simbólica entre México y España.

Sin ópera para el Centenario y acercándose la fecha de la celebración, Justo Sierra propuso a Rafael J. Tello componer una ópera con base en el libreto de Mariscal. Así, en breve tiempo quedaba concluida Nicolás Bravo o Clemencia. Al parecer ganaba una historia que comprendía las hazañas más valiosas del héroe sureño, “generoso y magnánimo”. En 1812, Bravo había perdonado a trecientos españoles, que se encontraban en el patíbulo. El acto y la figura de Bravo quedaban exaltados y equiparados con la nación. Según Sierra, el perdón de Bravo demostraba su nobleza, pues, “la venganza no lo ensombreció nunca dando sagrado indulto a los españoles a sabiendas de que su padre había sido capturado por las fuerzas realistas”. Al fin llegó el estreno de la ópera, el 22 de agosto de 1910, en el Teatro Arbeu. Ese día Justo Sierra y Porfirio Díaz acudieron al teatro acompañados por grupo selecto de diplomáticos y gobernantes. Al finalizar, aplaudieron la obra operística que fue depositaria y trasmisora de las pasiones e ideas sobre lo que conformaba al ser nacional. Una vez perdonada “España y los españoles” se podía avanzar sin rencores hacia el futuro. Podemos decir que toda conmemoración conlleva un ejercicio voluntario de la memoria. El festejo del Centenario fue el escenario ideal en donde las elites porfiristas activaron los relatos reconciliadores con la Madre Patria para enmendar parte de la memoria deshonrosa de España construida tiempo atrás. A ciento once años de distancia, la administración actual retoma la conmemoración de Independencia dándole un uso político distinto a los porfiristas: España y lo español representa el enemigo histórico, sin posibles perdones y mucho menos olvidos. 

 

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