Báciga y constitución (I)

por Evelin Mares Centeno

El movimiento insurgente impactó a la población novohispana de distintas maneras. Al poco tiempo de haber iniciado, la joven doncella Francisca de Paula Pérez Gálvez Obregón, contrajo nupcias con el comerciante asturiano, 16 años mayor que ella, Lorenzo García Noriega. La ceremonia se llevó a cabo en el Sagrario metropolitano; como hija del Conde Pérez Gálvez, nieta del Conde de la Valenciana y prometida de un miembro del Consulado de Comerciantes de la Ciudad de México, debió ser una celebración fastuosa.

Durante la guerra, “el viejo Noriega” realizó cuantiosos donativos al ejército realista, que le sirvieron para obtener el grado de teniente coronel. Si en el ámbito público contaba con prestigio y reconocimiento, al interior de su hogar era conocido por su carácter irascible y celoso. En una ocasión en que vio una figura con cuernos pintada en la pared de su casa, condujo a su esposa hasta la azotea y amenazó con arrojarla pues estaba convencido de que había colocado esa imagen para mostrar con descaro su infidelidad. Una noche vieja apuñaló al amigo de la infancia de su esposa Pedro Rangel, Conde de Alcaraz, porque le parecía que la constancia y familiaridad con la que se trataban no eran propias de una amistad. Afortunadamente el joven sobrevivió pero, a pesar de la evidencia, Noriega se valió de su cercanía con el virrey Calleja y de su fuero militar para conseguir que lo indultaran.

            Cansada del mal trato constante de su marido y la crueldad con la que la trataba, Doña Francisca decidió ponerle una trampa a Noriega. A sabiendas de que era cliente asiduo de los prostíbulos, convenció a su amigo Emeterio Maliaño para que la ayudara a alquilar una casa en los Bajos de San Agustín (hoy 5 de febrero) y contratar a una prostituta para que se encontrara con su esposo ahí. Una vez concertada la cita, darían aviso al juez provisor y vicario general del Arzobispado de México, José Félix Flores Alatorre, para que lo encontrara en flagrancia, y así poder iniciar un juicio de divorcio por adulterio.

Lamentablemente, las cosas no resultaron como Doña Francisca lo esperaba. Su esposo tuvo conocimiento de que tenía tratos con Maliaño y dedujo que la casa sería utilizada para llevar a cabo sus encuentros amorosos. Como resultado del ardid, Noriega contrademando a su esposa, Maliaño fue encarcelado y Doña Francisca, que se había refugiado en casa del intendente de la provincia de México, Ramón del Mazo, fue trasladada por orden de su marido al convento de Jesús María, donde debía permanecer hasta que se dictara sentencia. El deposito de las esposas era necesario para salvaguardar su honra, por ello las conducían a lugares que las mantuvieran alejadas del pecado.

La violencia conyugal era habitual en la época; más allá de su estatus social, la mujer debía obediencia a su marido y éste tenía la potestad para corregir y castigar su conducta. Ana Lidia García Peña señala que el divorcio fue utilizado como un recurso al que acudían las mujeres para librarse del maltrato de sus maridos y conservar su integridad, ya que en ese momento se trataba de la suspensión de la vida conyugal, más no de la disolución del vínculo, pues esto sólo se alcanzaba con la muerte. La sevicia y el adulterio era aceptados como causal de divorcio, siempre y cuando la primera se infringiera de manera constante y excesiva, mientras que el segundo era difícil de probar debido a que se llevaba a cabo en la esfera de lo privado. De esta manera, a Doña Francisca no le quedó otro remedio que promover el juicio de divorcio a causa de la sevicia.

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