México, Instituto Mora, BUAP, 2011
por Fausta Gantús
Escribir un libro, cualquier libro, es una tarea compleja, requiere de mucha dedicación, constancia, tesón e imaginación. Pero escribir un libro de investigación exige además de interminables horas de lecturas de fuentes secundarias, el desarrollo de una ardua labor de búsqueda de información en fuentes primarias, así como del ordenamiento, clasificación, sistematización, desciframiento e interpretación. Y en el caso del libro que comentamos, además, implicó una tarea titánica, un esfuerzo encomiable, una disciplina férrea y, como el mismo autor señala, mucho, mucho tiempo, más de diez años invirtió Israel Arroyo en su realización. Pero el fruto ha valido la pena porque esta obra permite observar, seguir el desarrollo y, sobre todo, comprender, el complejo proceso que a lo largo de la primera mitad del siglo XIX llevó a la conformación del estado mexicano. En efecto, a través de las más de 500 páginas de texto, (más de 700 si contamos la inclusión de anexos y fuentes), Arroyo traza la ruta de un profunda reflexión que permite volver sobre las discusiones que tuvieron lugar en el espacio público, el pensamiento de varios autores señeros de la época en estudio, la creación de leyes y constituciones que fueron definiendo a la nación, así como sobre las propuestas que se debatieron y las formas de gobierno que se intentaron, que se experimentaron, unas con más éxito que otras, para dar forma al estado mexicano. Este estudio es, por demás, acucioso y minucioso, se trata de un trabajo de filigrana bordado lenta y finamente, con esmero, por la mano experta de un joyero que ama la perfección.
En este libro los procedimientos y abordajes de los diversos temas, los fundamentos teóricos y metodológicos utilizados, así como las formas narrativas, se complementan y retroalimentan para contar, para dibujar, para armar el edificio, para exponer la intrincada arquitectura de las formas de gobierno, de la representación política y de la ciudadanía entre 1821 y 1857.
A lo largo de estas páginas, Arroyo se esfuerza por mostrar las continuidades y las rupturas en las formas de gobierno, la representación política y la ciudadanía, tomando como ejes articuladores las etapas constituyentes. En el caso de la ciudadanía, elemento indispensable para comprender cómo se construyen las representaciones políticas y el peso que tiene en las formas de gobierno, Arroyo sostiene que existieron una pluralidad de formas de ciudadanía y analiza el papel que en esas definiciones tuvieron los elementos restrictivos como el modo honesto de vivir, la preservación de los intereses territoriales y la vecindad. En este contexto, el autor muestra la “existencia de derechos políticos amplios” pero también de “procedimientos de elección restrictivos”.
Por otra parte, Arroyo trasciende el viejo debate entre el predominio de un “ser republicano” o de un “ser monárquico” y demuestra que en el caso mexicano lo que existió fue una pluralidad de opciones de gobierno y en este contexto sitúa el relevante papel que tuvo el concepto de república, distinguiendo las particularidades del proceso mexicano y marcando las diferencias con otras experiencias y modelos, como el estadounidense, por ejemplo.
Supera también el autor, como él mismo reconoce, la tentación de explicar el periodo a partir de la impronta del liberalismo lo que le permite abrir el horizonte de análisis y poder descubrir y explicar cómo los distintos republicanismos, que él mismo distingue entre 1823 y 1856, influyeron en las “diversas formas de elección del poder ejecutivo” y la manera como afectaron la constitución de ese poder. Otra aportación importante de la obra es la pertinencia de observar, en contra de la idea dominante del “país de un solo hombre”, el proceso político a partir de la tensión entre los poderes ejecutivos y los congresos. Esto le permite concluir que “la estabilidad de los congresos y la preponderancia de una visión asambleísta” hicieron de las “representaciones políticas” el eje rector de la vida pública mexicana. El autor demuestra también la importancia del voto por diputaciones como elemento definitorio de la representación que, en muchas ocasiones, fue la argamasa que permitió construir la legitimidad y la estabilidad política.
Por último, cabe señalar que Arroyo no pretende agotar la discusión sobre esta etapa y sobre la vida política del estado mexicano, sino que es él mismo quien sienta las bases para continuar estudiando y reflexionando sobre los complejos temas que él aborda con maestría. Deja así abierta la invitación y la provocación. Este excelente trabajo nos posibilita conocer más a detalle, con mejores principios explicativos y herramientas analíticas, la compleja arquitectura del estado mexicano, así como tener mayor información y posibilidades de entender el proceso de búsqueda e implementación de las diversas formas de gobierno, las intrincadas concepciones de la representación política, así como la construcción y definición de la ciudadanía en la primera mitad del siglo XIX mexicano.