Y las misiones protestantes comenzaron a internarse en México (siglo XIX)

por Alicia Salmerón

El establecimiento de iglesias protestantes en México es un fenómeno que cobró fuerza en el XX, pero que arrancó un siglo antes. El imperio español había sido intolerante frente a credos y manifestaciones religiosas distintos a los católicos, así es que los primeros misioneros protestantes que llegaron a México lo hicieron ya tras la independencia, a inicios del siglo XIX. Venían del extranjero, principalmente de Estados Unidos. En la Nueva España había habido alguna presencia extranjera, débil y pocas veces protestante, al menos de manera oficial, y los pocos infiltrados y descubiertos habían sido perseguidos por la Inquisición. Algunos extranjeros tolerados habían sido, por ejemplo, los que llegaron a raíz del Tratado del Asiento de Negros, firmado entre España y Gran Bretaña en 1713, que había permitido la entrada de barcos mercantes británicos al puerto de Veracruz y la internación de algunos de sus comerciantes en el territorio novohispano, pero estos habían sido fundamentalmente irlandeses católicos, no ingleses anglicanos. Habrá recorrido el país algún viajero luterano y llegado algunos mineros protestantes, pero fueron excepcionales. España había prohibido la presencia protestante en sus reinos y, según explican estudiosos del tema como Alicia Mayer y Eduardo Flores Clair, a los pocos que toleró los mantuvo bajo vigilancia estrecha.

En México la apertura de fronteras internacionales a viajeros, comerciantes y migrantes de religiones distintas a la católica vino con la independencia. Sin embargo, tampoco en ese momento el arribo de protestantes tuvo un peso significativo. Si bien las primeras leyes fundamentales mexicanas se pronunciaron por la tolerancia religiosa, mantuvieron a la católica como oficial. La fuerte tradición religiosa de la sociedad mexicana y el carácter oficial del catolicismo hasta mediados del siglo XIX ofrecieron a las congregaciones protestantes espacios de acción muy limitados. Surgieron entonces algunos grupos protestantes en el país, pero muy pocos. Sin embargo, a partir de la segunda mitad del siglo, un liberalismo más radical avanzó con fuerza en favor de la separación Estado-Iglesia y de la libertad de cultos. En este contexto, el país vivió una llegada más organizada de misiones protestantes. Durante los años del Segundo Imperio se instaló en la ciudad de México la Iglesia episcopal estadounidense; a partir de la década de 1870 entraron una veintena de sociedades cristianas más –bautistas, metodistas, presbiterianas y congregacionalistas– y se establecieron fundamentalmente en centros mineros, ciudades industriales y zonas rurales del norte y centro del país.

La expansión de misiones protestantes en el México del siglo XIX encontró una fuerte oposición de la Iglesia católica y sus fieles fueron objeto de descalificación y violencia. Esto sucedía a pesar de que los protestantes no representaban ningún desafío en términos numéricos para la Iglesia católica: en 1910, menos de 1% de la población mexicana profesaba una religión protestante, frente a un 99% de católicos. Sin embargo, aquellas misiones protestantes persistieron y tuvieron impacto en las comunidades en las que se instalaron, en donde crearon escuelas y hospitales. Se entendieron con asociaciones reformistas que tomaban distancia de las posturas conciliadoras del gobierno porfirista con la Iglesia católica y tuvieron alguna presencia en movimientos críticos del régimen a finales del siglo. Estas iglesias constituían sociedades descentralizadas, de manera que su capacidad de movilización se manifestaba a nivel local. Pero precisamente por su capacidad de acción local, misioneros y fieles protestantes lograron acercarse a sociedades mutualistas obreras e impulsar, en las poblaciones en las que hacían su labor, la formación de asociaciones de prácticas democráticas que se sumaron a movimientos de protesta articulados a nivel nacional. Fue el caso, por ejemplo, según ha mostrado el historiador Jean Pierre Bastián, de su participación en el Grupo Reformista y Constitucional, en 1896, y en el Congreso del Partido Liberal, reunido en San Luis Potosí en 1901, asociaciones que levantaron la voz en contra de las políticas del gobierno de Porfirio Díaz; también se comprometerían con revolucionarios maderistas en 1909. Comenzaban a hacerse presentes, lo que lograrían de manera muy importante en el siglo XX.

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